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Solo una pelambre rojiza oscura se nota al otro lado de la callejuela húmeda y sucia, hace frío, llueven granos de sal, o por lo menos eso parecen, caen al indecente piso y desaparecen, hasta la nieve huye del hediondo y asqueroso suelo que ansioso la espera para desintegrarla con solo su vaho, es invierno, el frío quema manos, pies y mejillas, todos se han ido a cobijar a sus hogares, hogares que no son tal, son pestilentes ratoneras llena de bichos y animales, los bichos son ellos, los animales son las ratas y arañas que comparten su guarida con las personas que los rodean, la calle del frente está oscura, no tienen luz convencional, el lugar fue en su tiempo un prestigioso hotel, con enormes lamparones y rojísimas alfombras, con personas y personajes disfrutando del ser servidos, ustedes saben, ese gusto delicioso que se siente al ser agasajado por un esperpento con la cabeza gacha, capaz de hacer cualquier cosa por un par de monedas, capaces de hacer cualquier cosa por nada, total es su trabajo traerte de comer, toallas limpias, limpiarte la habitación, una que otra vez dejarse manosear, y una que otra vez dejarse hacer algo más, ustedes saben..., ahora solo existe podredumbre y miseria, por Dios, como odio a los pobres, como odio a esa gentuza que me inutiliza y petrifica de miedo, como odio sus caras, sus mugres uñas, su pestilente olor, solo Dios sabe cuánto los odio, pero también ha de saber la fascinación que me procuran, no puedo dejar de verlos, de olerlos, de sentirlos, a ratos debo hacer llamar a la mucama por cualquier tontería solo para deje en mi espacio ese fétido olor que me produce inmensas ganas de vomitar, en fin, como siempre, asomado a la ventana los veo, los veo transitar de un lado a otro en el que fue un prestigioso hotel, veo como viven, lo que comen, como se divierten, como juegan, uno que otro niño se ha aventurado a jugar a ser yo, como los veo, ellos también me ven, me saben saludable, satisfecho, limpio, juegan a ser yo mientras yo juego con mis manos, mis muñecas, mi sexo, no juego otra cosa, lo demás me aburre sobremanera, juegan, juegan a ser yo, si supieran a lo que juego yo...

Como siempre, recostado de la pared miro por la ventana, los miro mientras me acaricio, no tengo más que hacer con mis manos, y veo, veo la inmóvil cabeza roja, ya lleva varios días detenida allí, mirando siempre lo que yo si puedo llamar mi “hogar”, sé que espera algo, sé a quien espera, y aunque no pueda detallarlo, sé quien es, creo que mi madre siente la misma fascinación que yo por lo mediocre, tiene de mascotilla a este paupérrimo ser, lo tiene a su merced desde hace dos meses, justo después que el techador en un trágico accidente cayó desde lo alto de mi “hogar”, fracturándose la columna, clavícula, costillas y no se que tantos huesos más, síntesis del asunto, techador muerto, carne fresca, vecino pobre, amante nuevo, los he visto, van generalmente a la caballeriza al atardecer, justo después que llama mi padre para avisar de una reunión en la oficina hasta tarde que exige su presencia y total atención, así que “no me llames, pronto regresaré a casa”, no atiendo nunca esas llamadas, dejo que lo haga mi madre, así estará mas tranquila y segura y se irá más confiada a la caballeriza, mientras ella habla por teléfono, yo me le adelanto para escoger un buen sitio, por ser pequeño puedo esconderme en cualquier recoveco, he estado tan cerca que he sentido sus olores, el de él más poderoso que el de ella, he sentido sus efluvios, una vez hasta llegó a mí, parte de un líquido viscoso, semitransparente, blancuzco, sin pensarlo mucho me lo llevé a los labios, pasé mi lengua por mi antebrazo y lo probé, era de un sabor amargo, mucho para mi gusto, mi paladar está acostumbrado a dulces, caramelos, golosinas adecuadas para mi edad...

A pesar del frío, de la nieve, el aún espera, espera de día y de noche, él la espera a ella, aunque sabe bien que no está, la espera desde hace varios días, hoy ella vendrá. Veo el auto negro llegar a la entrada, viene con mi padre, al bajarse ella ve al chico, se acerca cual buena samaritana a ofrecerle unas monedas y a convenir una nueva cita, mi padre como yo odia a los pobres, así que ni se acerca al pestilente vagabundo, mientras oigo los pasos de mi padre en la estancia, veo a mi madre, hermosa como siempre, vestida con un enorme abrigo de ming blanco, un sombrero circular le hace juego, sus mejillas sonrosadas, su boca color cereza, su largo cabello castaño cae ensortijado por sus hombros, por su pecho, su delgadísima figura, su blanquísima piel que hace combinación perfecta con el abrigo, con la nieve, con el invierno, como me gusta su blanquísima piel, parece un ángel, mi madre es un ángel, mi madre tiene ángeles en la piel...; sigue hablando con el chico, es un joven poco agraciado, nada de él vale la pena decir, y conversan aparentemente de forma apacible, pero en realidad no es así, he visto que desde hace rato el joven ha tomado a mi madre por un codo, la hala hacia él de forma posesiva, mi madre se resiste pero no puede hacerlo de forma brusca porque sino algunos podríamos darnos cuenta, el jaloneo aumenta a cada palabra pronunciada, no necesito escuchar lo que dicen, me es suficiente con ver, mi padre empieza a llamar a mi madre a gritos, no pretende salir al inclemente frío, mi madre ya no puede controlar las sacudidas, intenta zafarse, el chico no se lo permite, mi madre hace ademán de irse, el chico de un jalón la devuelve y antes de llegar a la unión de los dos cuerpos, las formas de mi madre se encuentran con la hojilla de una filosa navaja que se hunde en la blancura abnegada de mi madre, manchada ahora de rojo, mi madre está roja, rojísima casi como la sangre, en ella empiezan unas rápidas convulsiones que provocan una horrorosa expresión en el que una vez fue un ángel, unos ojos espantosamente entornados, y una boca aborreciblemente abierta me alejan de la ventana, mientras alejo mi mirada aburrida, veo que me ve, él me ha visto, me ha visto y me ve, echo una última ojeada a mi madre (que dudo lo sea, está demasiado horrible y sucia), sigue roja, ya sobre un charco que se confunde con el color de sus labios, se riega por doquier, llega hasta la cañería, bah! Mírame, si quieres mírame, mientras, yo iré a ver que me trajeron de París...

Texto agregado el 12-02-2004, y leído por 165 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
22-11-2004 maraviloso poetaloco
12-02-2004 :| No se que decir.. tal vez... que ese niño debe tener problemas... me encantó... esquizofrenica
 
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