Había decidido no disfrazarme esa noche. Mi ánimo no estaba para celebrar nada, me daba igual que fuera a cenar con doce ratitas y ocho gatos. Hacía un mes escaso que acaba de dejar mi relación de pareja y mis ganas de disfrazarme y salir de “fiesta” estaban mermadas.
Aquella noche en que la gran mayoría de la gente iría disfrazada, me permití el lujo de salir a la calle sin dar demasiada importancia a mi aspecto, sin comprobar que mi pantalón combinara con la camiseta o con el jersey. Aquella noche, por fin mi desorden interno era el único que coordinaba con mi aspecto exterior. Nadie daría especial importancia a mi extravagante, pero cómodo, atuendo esa noche. Es más, ni siquiera mis complementos ejercían su función hoy.
¡Qué curioso me resultaba! Justo cuando la gente más se esconde tras una máscara o un disfraz, voy yo y más me muestro al mundo tal y como me encuentro: Perdida, desorientada, echa un lío… un auténtico lío.
Habíamos quedado para cenar así que decidí no amargar la noche a mis amigos con mis problemas sentimentales. Encontré mi aliado en el vino que corría por la mesa. El cual cumplió todas mis expectativas, mi estado anímico mejoró bastante.
Volví a entretener a todos mis amigos con mis historias; siempre animando las reuniones con mi imaginación: Una bonita historia romántica que acababa de escribir; producto de un pequeño viaje en autobús (que se me hizo pesado pero mi compañero de asiento me hizo entretenido, inventando esta historia entorno a él), consiguió cumplir las expectativas de mis amigas que esperaban una nueva historia romántica de mis labios. Cuanto romanticismo ponía en sus vidas y en la mía no había nada.
Mis amigos me miraron esperando que tuviera algo más que contar. Efectivamente les tenía preparada una historia muy divertida, con la cual no dejaron de reír en todo mi relato. A Sonia le empezaron a caer lágrimas de tanto reírse y tuve que hacer una pausa para poder terminar el relato.
A pesar de mi aspecto desaliñado, nadie notó nada raro en mí, me vieron feliz, la misma alocada e imaginativa de siempre, con sus imaginarias historias por contar de cada situación que vivía. Poniendo color a sus cotidianas vidas. Así me veían. Creyeron que estaba mejor de lo que habían temido y finalizada la cena, decidieron marcharse.
Es curioso ver como la mayoría de los amigos tienen su pareja y se van retirando a sus casas poco a poco y entonces, aún más te das de cuenta de que estás sola…
Había decidido salir y pasármelo bien esa noche, aún me quedaban un par de amigas sin novio y con ganas de bailar y seguir con la noche.
El tiempo estaba pasando a toda velocidad. Yo estaba tomando mi tercer cubata de la noche pausadamente puesto que el alcohol ya producía estragos en mí. La música de mi bar favorito estaba siendo mejor que nunca. Alberto se estaba portando con los temas, la gente se reía efusivamente bajo sus máscaras y disfraces. A esas elevadas horas ya de la noche, tan sólo quedábamos una amiga y yo que nos resistíamos a irnos “sin la última”. Además teníamos la esperanza de que Alberto pinchara “nuestra canción”.
Miraba fijamente el contenido rojizo de mi vaso, cuando sentí que por mi garganta comenzaba a trepar el último, o quizá el penúltimo también, trago de Vodka. Salí disparada al baño y a mi regreso mi amiga había desaparecido.
Extendí mi brazo por encima del hombro de un chico vestido de escocés que se encontraba apostado en la barra, para alcanzar lo que quedaba de mi cubata. En ese instante se giró.
Le pedí disculpas, pensé que debido a que mi visión se veía algo afectada, le había golpeado sin querer en mi intento por recuperar mi cubata. Nada más lejos, simplemente se giró para ver quién podía beber algo de ese color tan sangriento según me explicó:
-Nada que perdonar- esbozó una sonrisa. –Tan sólo me he girado para ver a quién pertenecía esta bebida tan sangrienta y que llevo un rato observando sin que nadie la reclamara, me parecía una bebida inusual, ¿puedes decirme qué bebes?-
Digamos que para ir bastante mal, lo recuerdo bastante bien, era la conversación más idiota que he mantenido con tanta naturalidad. Conversación que nos llevó hasta que el sol nos dio los buenos días. Acababa de cumplir un sueño, toda mi vida me he sentido atraída por los chicos en falda. Algo inusual pero normal en estas fechas.
Sé que iba bastante mareada, pero él iba peor que yo. Así que no nos fue difícil que nuestras conversaciones sin sentido ni coherencia se compenetraran tan bien y se alargaran hasta que los besos ocuparan el tiempo.
Lo recuerdo perfectamente, después de intercambiar palabras sin sentido alguno; yo, por mi parte, me sentía atraída por él.
No cesaba de mirar sus labios al hablar y deseaba besarlos o que me besaran ellos a mí. Entonces él me pidió que nos hiciéramos una foto juntos para recordar este día en que nos habíamos conocido. Enseguida saqué mi cámara y pedimos a alguien que nos hiciera una foto. En ese instante, en que saltó el flash de la cámara sus labios se posaron en mi frente. Fue el beso más tierno que se me había podido ocurrir. Guardé mi cámara y le miré fijamente, con un silencio mudo.
Él hizo lo mismo, me miró fijamente sin mediar palabra. En ese instante pude recorrerle con una mirada ardiente: Su graciosa gorrita de cuadros rojos que adornaba su negra melena cayendo por los hombros, unos hombros que recubría una camisa blanca que dejaba adivinar su cuerpo desnudo debajo, descubrí de nuevo su falda escocesa y rápidamente un relámpago de sensaciones que recorría mi cuerpo me hizo levantar la mirada reencontrándome con sus oscuros ojos que me miraban con deseo. En ese instante en que nuestros ojos encendidos se reencontraron, el cubata se me cayó de la mano y saltó en mil pedazos por el suelo.
La noche pasó veloz casi sin rozarme, la despedida se acercaba. Después de varias horas en que nuestros labios se conocieron y se amaron, tocaba despedirse. Fue extraño, era la primera vez que me enrollaba con alguien. Y había sido como un sueño. Nos despedimos…
Habían pasado diez meses de esa noche. ¡Qué barbaridad! ¡Se pasa el tiempo volando! Diez meses en los que no había podido olvidar sus besos, el olor de su pelo, esa faldita… sabía que pasaría esto, sabía que no le volvería a ver, él mismo me lo dijo que se marchaba a Londres a trabajar. ¿Pero qué podía hacer con lo que sentía? Yo aún conservaba esa foto que me recordaba que había pasado. Que entre nosotros esa noche saltó la chispa y construimos un recuerdo juntos. Tenía esa foto que cada día contemplaba al despertar y visitaba al acostarme.
¿Quién no ha sentido alguna vez que su corazón se partía en mil pedazos?
Aquella noche, el mío se precipitó a toda velocidad contra el frío asfalto de la carretera que se interponía entre nosotros.
La noche estaba terminando. Un pequeño rayo de sol quería asomarse, pero la luna aún no le dejaba. La noche había sido sorprendentemente buena. La clave había sido no obsesionarme con buscarle y disfrutar de la compañía de mis amigos.
Había salido a pasarlo bien, de mi mente había desterrado todo pensamiento que me llevara a recordarle por un instante. Salí de aquel último bar, mi favorito, dispuesta a irme a casa con mi mejor sonrisa. En ese instante, en el mismo lugar en el que diez meses antes nos despedimos aquel sábado de Febrero… lo volví a ver de nuevo.
Había pasado casi un año, sólo lo recordaba claramente por la foto, pero tenía el presentimiento de que era él, no quería dejarlo marchar sin saber si realmente podía ser él y grité su nombre.
Permanecí inmóvil al otro lado de la carretera y él se volvió. ¡Era él! Al oír su nombre se había girado. No supe qué más hacer o decir, estaba feliz de verle de nuevo.
Pero… él, ya no se acordaba de mí. Se giró de nuevo y se marchó calle abajo.
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