La luz me está cegando, pega directo en mis ojos recién despertados. Escucho el canto de canarios interrumpidos por el silencio. Siento frío, en la noche llovió. ¿Qué hice anoche?
La cama esta húmeda, las sábanas frías rozan mi cuerpo. En la mesa de luz está el reloj, son las siete de la mañana. Siento que dormí una semana entera, pero no, algo hice anoche, algo importante. Sobre el escritorio una nota colgando: “Reunión 8 PM.” Me duele la cabeza, como si la perforaran. Me voy a duchar. La toalla en la tapa del inodoro, el agua caliente abierta totalmente, la fría a medias. Esto me relaja. Mi cuerpo chorrea sangre, más bien, mis brazos. Que corra con el agua. Anoche llovía y la sangre corrió con la lluvia, mientras las luces de las calles cegaban mis ojos lastimados. Y a lo lejos un grito: “¡Corre!” Pero no voy a correr, el agua se siente bien. Me cansa estar parada, me siento en la ducha a esperar. El grito no se acerca, no se donde estará. La sangre no deja de verter, pronto se va a desmayar. Me duelen las piernas, el pavimento de la calle me raspa y hay vidrios, botellas rotas. Bendita ducha. No me enjaboné, siento la urgencia de salir.
Toalla en el pelo, cuerpo desnudo tembloroso y me acuesto nuevamente en la cama. Me tapo con frazadas…quiero llorar. No recuerdo nada de anoche. Lloro sobre la cama que resulta ser áspera, y me clavo algunos vidrios en la cara. ¿Y el? ¿Qué hace durmiendo a mi lado? Le tomo la mano y lloro. Ya no llueve, las luces de la calle se apagan. La sangre vierte menos y él no se levanta. Su cara de costado, un pie estirado, sus manos en las mías. Las lágrimas se secan y de repente…el grito: “¡Corre!” Ya me acuerdo de todo.