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‘Ana, los monitos han preguntado por ti’

‘Solo una verdad encontré en la vida, tu hijo mío’…F. Umbral

Mis padres hubieron de haberse casado de una forma habitual, conocido de una forma habitual y tenidos hijos de una forma habitual. Si en la vida todo hubiese sido habitual, entonces los monitos no hubiesen preguntado por mí cuando estuve enferma. Sin embargo lo hicieron: mamá dijo que en el zoológico una lánguida espera hecha de maníes y azúcares cacofónicos se diluían por las rendijas de las celdas. ¿Cómo será estar encerrado? ¿Cómo mirar por redes de agujeritos sin fondo? ¿Cómo estar del otro lado de los muros sin desear?


Mi padre* me indicó que transcribiera las frases bonitas de los libros cuando alguna me significara un alto en la lectura, las hay de diversos valores. Pero debo seguir la escala de cualidades y no el ritmo épocal: algunos autores son clásicos y otros contemporáneos. El tema del tiempo es digno de tener en cuenta: lo único que cuenta del tiempo es que no hay tiempo. En la escritura que es perdurable. Yo misma voy cambiando mi sentir frente a una gran pila de libros de muy variada especie. En más de una oportunidad mi hermana Margot literalmente se ha subido en ella a por la mermelada de avellanas. Hoy he conocido un libro ejemplar de un manchego: versión cara a mis afectos futuros; en hoja de arroz y tapa de cuero de carnero, regalo de mi padre: ‘El más bueno de todos los padres que he conocido en mi vida, no se casó hasta los treinta con mi madre que tenía veinticinco’. He leído ‘ir a por’…Sí, cabe el universo entero en esa lacónica expresión…


Regreso al orden: Somos judíos alemanes y todos saben lo que les pasa a los judíos alemanes. Alguien piensa en los intelectuales judíos: siento repugnancia a la sociedad de los grandes. Esa manía de separar y colocar etiquetas. Quisiera eternizar mi infancia. Cuando esté crecida seré escritora o periodista. Pretendo extraer conclusiones de pasajes misteriosos; llegar a escondidos murmullos del pasado y entender el arcano secreto del odio.


Mi hermana es mayor que yo, pero luce más pequeña. A veces me involucra en su disparate. Se duerme de mañana y cuando la zarandeo siempre gruñe. A su edad yo ya habría dejado de tener miedo y de seguro dormiría con la luz apagada. Siempre nos apostrofan cuando estamos riendo de noche. Le leo un cuento y luego me pide otro, mi madre se queja porque está cansada y así cada madrugada vuelta a empezar.


Ayer se presentó una vecina, hablando idish a diestras y siniestras, luego su esposo la interrumpió en un alemán algo vergonzante y terminaron el coloquio en un holandés poco frecuente: estaban asustados. Nombraron a las tropas de la Gestapo que arrasan Alemania, España y a toda Europa. Hubo silencio, luego abrazos y otra vez silencio.


El barrio está algo diferente. La gente ya no sonríe y la mayor parte del tiempo se la pasa dentro de sus hogares. La casa de atrás está siendo restaurada prontamente por si acaso. Los tambores de lata y los estantes de madera se encuentran limpios aunque algo vacíos: todo hemos llevado al refugio. Y de a poco éste se va ensanchando de materiales diversos. Me he pasado embelleciendo las paredes con fotos de las estrellas del cine como Katherine Herpbun, Humphrey Bogart y damas significativas de la nobleza. Mi hermana comenta que es una debilidad mía y que no debiera de fomentar a la burguesía ni sus idioteces. Lo cierto es que desde dejamos de ir al colegio también ella recorre las paredes con su mirada novelera. Pero yo soy más soñadora: pienso entrevistar en persona a las figuras cúspides de la literatura, el cine y el teatro. La política por el momento no me provoca, ni quisiera algún día el sentarme a comer a su mesa.


Comencé mi diario íntimo donde transcribo cada línea de lo que sucede para no desfallecer: estamos escondidos en la casa de atrás. Otros conminados en falsos anexos, pero el miedo es el mismo. Así los hombres son los mismos: mantienen una cierta uniformidad, son capaces de las turbaciones más atroces y de las actitudes más nobles. Esto tengo que constatar en mi libro luego de terminar mi lectura de las páginas del genio de La Mancha. También se me ocurre que perseguir sueños como aspas de molinos de viento es un generador inusitado, casi como clavar lanzas al destino. No dejarse atrapar y querer tomarlo todo. A veces me siento lo uno y lo otro. Huyo de mí pero para reencontrarme en mis libros.


Por casualidad ha llegado a mis manos una revista francesa. Tengo en mente hacer honestas y valiosas críticas a pintores y poetas. Pero de seguro no aceptarían mi edad, no pensarían que lo artístico está supeditado a lo contingente, sin apreciar lo humano so pretexto de ser una infanta indiscreta. Aquí reconozco Rosedom, donde los jardines son una maravilla, las casas antiguas están siendo restauradas y las camelias y azaleas configuran una postal irreal en la nota que emana luz y color, harta de vida y pasión. Vuelvo a ser la misma: yo; la única que no tiene amigas pero se deja abarcar el corazón en una postal, en una imagen fónica o en los mismos sueños…


La desazón ha llegado: nos confirman la presencia del ejército alemán en Ámsterdam. Desde ahora debemos de tener una subsistencia aún más incómoda, no salir del escondite, no hablar fuerte, no respirar sino a través de los muros si no queremos una vida penosa en los furgones de ganado hacia los campos…


Fuimos pasando de uno a uno al otro lado a través de una falsa puerta que se cierra como una tumba. Si preguntasen o si golpearan sus contornos no se podrían imaginar que una familia llevase una vida normal tras una alacena. Nadie podría saberlo a no ser que nos delataran. Pero los vecinos eran buenos, discretos y nunca traspasaban sus intenciones más allá de un ¡buen día señora Frank, qué tal señor Otto! y ¿cómo se encuentran sus niñas? No, ellos no se van a atrever, sería como si una mortaja nos cayese encima en una siniestra mueca de traición.


Llevamos una cuarentena de meses aislados, sin poner las narices en la calle. Los periódicos callan lo que es evidente, los medios denuncian lo que les conviene. A veces me siento débil y tengo que hacer un esfuerzo para pasar un bocado. Es como estar a las puertas de un infierno y lo único que hago es consignar la desdicha en mi pobre diario.


Mi familia pareciera que hilase las palabras como viejas arañas que chismorrean una saliva verdosa de desconfianza. Las paredes oyen y se hace difícil reconciliar el sueño de noche. Mi hermana me abraza en su lecho, todo huele a encierro o temor. Siento su aliento que se mueve en la noche como una energía que flota despojada del universo, un vacío que no es vacuo sino profuso deseo: que mañana surjamos de nuevo a la luz.








Estoy pensando si no sería de valor tratar de componer también algunos cuentos al mejor estilo Fraenkel: el artista se gana el derecho a su propia locura. Y yo tengo la mía. Creo en mis corazonadas. Hasta llegaría a escribir una novela extensa sobre los ideales y la libertad.


Hice un agujerito en una pared hueca así puedo mirar lo que sucede afuera. Sin eufemismos: luego llenaré de ellos el refugio, pero a discreción. Por ahora el encierro se hace insostenible: dar vueltas sobre los mismos temores, argumentos inauditos, necesidades metafísicas y patafísicas. Darle lógica a la existencia fuera de los límites del entorno. La pedantería de creernos más que los simios. Si ellos están fuera y nosotros dentro. Los camiones llenos de gas y los trenes de la arrogancia conducen a gentes como ganado. ¿Qué le ha pasado a la humanidad? ¿Dónde está la evolución del hombre en la cadena de supervivencia? ¿Qué tipo de vida podemos jactarnos si lo hemos estropeado todo en juegos de desinteligencia humana?…


Anoche hubo un crujido y movimientos confusos fuera: trepidamos de miedo. La temperatura interior de nuestras almas era bajo cero, tuvimos que arroparnos con lo que quedaba: contención familiar. Esta vez les ocurrió a mis vecinos de al lado. Quité el tapón de la pared hueca. El horror quedó conminado en mis pupilas ante el espectáculo: mientras se habían dormido abrazados, un suboficial de la SS fiel a las órdenes de reglamento, entró en el recinto familiar dejando caer sobre esa masa inerme de indefensión una rancia orina de caballo que les caía encima en una lluvia espumante e inaudita, luego les hizo marchar cuales infaustas hormigas al campo de concentración. Iban hediondos y melosos cargando en sus ropajes la vergüenza de la humanidad. Sumar mentalmente las cifras de esas almas desaparecidas quizás, era abatirme en un hueco devastador.


Mamá y papá buscan en un archivo viejas fotos de familia: el álbum en color sepia había quedado en manos de una vecina que nos los ha devuelto. Nos envió un mensaje: que confiásemos en ella hasta el fin de la ocupación porque tiene planes para con nosotros. Que les enviemos las joyas para que fuera comprando los pasajes a otro continente, todo estaría bien y en orden. Que no nos aflijáramos: si la guerra continuara, ella misma se las ingeniaría para sacarnos del país. Luego preanuncia satisfecha: ¡de seguro hoy o mañana –es un decir- abrirán la falsa puerta y verán de nuevo el haz de luz, porque ellos habrán partido para siempre!


¡Qué ganas de reírme y agradecerle que cuidase en mi ausencia de los primates! Ahora que todos seguimos ocultos, la señora anunció la antevíspera que ella misma llevará los alimentos a los animales del zoo; parece creerse mi madre cuando dice: ‘Ana, los monitos han preguntado por ti’.


Sin embargo, ahora mismo el ruido allá fuera es estridente, un torbellino de metal que lo engullera todo, se oyen pasos y voces. Alguien vendría hacia el refugio, quizás a por nosotros. Es tarde, dejo mi cuaderno.





* Otto Frank, el padre de Ana; autora del diario del mismo nombre, una de mis primeras lecturas.

© Derechos reservados.




Texto agregado el 12-01-2007, y leído por 393 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
16-02-2008 Muy bueno tu relato borgeano. Pero un par de consideraciones: "Mis padres hubieron de haberse casado" siento que hay un error gramatical o, al menos, una economía de lenguaje que debería aplicarse. Luego no me agradó la mención de la patafísica, que es sólo un movimiento cultural, que además de inusitado para el texto, recién nace en la segunda mitad del siglo XX. Díficil que la niña lo conociese. hammill
13-01-2007 Gracias por recordar. Un abrazo desde Jerusalén. Ninive
12-01-2007 Ay veo a Ana,escondida en la casa de atrás,escribiendo cada sentimiento en aquel cuaderno,Entretenida lectura me llevo; ah, gracias por traer el recuerdo de una de mis lecturas favoritas.* bosquedelaureles
12-01-2007 No sabria decirte las veces que he leido el diario de Anna Frank. Me ha gustado muchisimo este texto, me ha hecho recordar la impotencia que se siente cuando lees el diario y al final no sobrevive. Sabes? el original lo he tenido en mis manos***** eslavida
 
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