“¿Jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?”. Las palabras del fiscal retumban aún en mis oídos.
¿La verdad?, ¿cómo saber cuál es la verdad a esta altura? , y además ¿”toda” la verdad ?, si los últimos acontecimientos no han hecho más que confirmar que esa pretensión es imposible.
Sucedió hace 3 meses. Yo venía caminando, como todos los días, de regreso de mi trabajo, cuando un envoltorio extraño al costado del camino me llamó la atención. No acostumbro a detenerme por este tipo de detalles, además nunca he olvidado las advertencias que mi madre me hacía en la infancia : “No levantes nada del suelo, nunca se sabe quien lo tocó antes…”, pero, lamentablemente, esta vez no le hice caso.
Quizás me intrigó el ver que un perro intentaba, insistentemente, romper el paquete, o el hecho que el papel de diario que lo envolvía estuviera manchado de sangre. Lo cierto es que me aproximé con cautela (el perro se veía bien fiero) y con un rápido movimiento, le arrebaté el envoltorio.
El perro, por lo visto más inteligente, dejó que fuera yo quien lo abría primero. La curiosidad, o tal vez debería confesar que el morbo, fueron más fuertes que todas las recomendaciones recibidas en la infancia. Así es que busqué un lugar apartado del camino, bajo unos árboles y, siempre seguido de cerca por el perro, abrí el paquete.
Fue grande mi sorpresa cuando descubrí en su interior un pie izquierdo que parecía haber sido separado del cuerpo por medio de una sierra o un objeto similar. Aparentemente, la amputación no era muy reciente, evalué. ¿Qué podía hacer?. Estaba yo allí, solo, en un camino poco transitado, con la única compañía de un perro, sosteniendo ese pie que podría complicarme en vaya a saber qué cuestiones con la justicia. Además, si había un pie debería haber un dueño del pie, que muy probablemente habría perdido también algunas otras partes de su cuerpo por ahí. Imaginé todo tipo de historias, desde la mafia china hasta la vendetta italiana, pasando por la venganza de amantes despechadas.
Sin embargo, no había ninguna pista adicional que me permitiera entender lo que había sucedido.
Estaba yo en mis consideraciones, entre volver a armar el paquete y continuar mi camino, o dar aviso a la policía, cuando el perro, cansado de esperar mi decisión, me arrebató el pie. Esto me hizo reaccionar y comprender que, efectivamente, debía salir corriendo si no quería meterme en problemas.
Para asegurarme una huida sin consecuencias, intenté recuperar el cuerpo del delito, el pie del delito en este caso, hacerlo desaparecer y borrar así todas las huellas. Pero el perro no tenía ninguna intención de soltar lo que ahora era su presa. Forcejeamos y así fue como él se quedó con un dedo y yo con el resto. Bien, pensé, ahora seguramente se lo come, y mientras tanto yo podré deshacerme del pie con más tranquilidad.
Pero no fue así, parece que mi mudo testigo no tenía intención de alimentarse en ese momento. Por el contrario, partió a la carrera hacia unas casas que se veían a la distancia, llevando el dedo en su boca.
Desesperado, sin saber qué hacer, intenté alcanzar al perro pero fue imposible, estaba paralizado por el miedo.
No habían pasado más de 5 minutos, cuando un grupo de hombres apareció corriendo detrás del perro, y , para mi horror, estaban uniformados.
Pensé en huir, pero era inútil, ya estaban demasiado cerca y me dieron la voz de alto.
Más tarde supe que esta patrulla estaba investigando el asesinato de un hombre, el dueño del pie, acompañados por un perro detective, entrenado en rastreo. Mi mudo testigo resultó no ser tan ingenuo como parecía.
Y aquí estoy ahora, enfrentando un juicio como sospechoso de homicidio, con mis huellas en el papel de diario manchado de sangre, y el testimonio del perro, con el dedo entre los dientes, en mi contra.
¿Y ahora el fiscal pretende que yo le diga la verdad?, ¿y además “toda” la verdad?, ¿es que acaso me creerían ?
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