“Nunca quise alejarme de lo predecible”. Esas fueron las primeras palabras de la velada, las cuales se escurrieron por mi garganta junto a un negro café irlandés.
“¿Como me escaparía de ese confort? Al que fui sometida tanto tiempo. Y si, fui sometida, porque nunca tuve opción de relevarme. Era cuestión de aceptarlo y adoptarlo. Si no lo hacia era un fiambre más”
Reí al oír tal declaración, pero mi sonrisa fue borrada por aquella opaca mirada. “Quisiera poder reír también pero hoy hay luz azul” La miré confundida. “¿Es que acaso no conoces el juego de las luces? Toda nuestra vida lo es. Cada día se tiñe de un color de un color distinto, tú debes aceptarlo, internarte en el juego y jugar correctamente. Y jugar correctamente no significa hacerlo a tu manera, sino como las luces te lo indiquen, de otro modo estas fuera. Tus sentimientos no cuentan. Tus pensamientos no más que efímeras trampas. Pero a la larga puedes elegir tu luz preferida. La amarilla para los alegres e inocentes, la roja par los enamoradizos o sicópatas sexuales, la blanca para aquellos débiles y resignados, la azul para los tristes y reflexivos, la negra para los adoloridos y moribundos, y no podría describirlas a todas porque su intensidad me cegaría”
“Prefiero vivir en las tinieblas” Me atreví a decirle. “De esa forma podría vivir espontáneamente”.
“Ojalá pudiera. He tratado, pero aquella voz, esa áspera voz revoloteó en mi cabeza continuamente, asegurándome que nunca lo lograría, que no triunfaría sin la luz. Tal alienacion finalmente tomó control de mi mente, convenciéndome”
No quería escuchar más. La complejidad de esta idea recaía en su extrema simpleza e impertinencia. Me levanté al terminar el café mientras unas monedas se desbordaban de mi bolsillo y el lugar se llenaba de sombras. El dolor en mis rodillas era insoportable, pero no se comparaba a la hinchazón en mis manos. Solo sentarme me alivió, pero luego lo percibí. Había entrado en el juego.
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