Un niño que sostenía un destornillador en la mano me pregunto desesperado:
- ¿Qué es esto que sostengo en mis manos?
- Un destornillador – le conteste enternecida
- ¿Y para que sirve?
- Para destornillar tuercas o tornillos. No entiendo mucho de herramientas.
- ¿Puede destornillar pezones?
Me indignó, no sabia que contestarle, al final me rendí y le pregunte avergonzada:
- ¿Qué son los pezones?
- ¿Qué? ¿No lo sabes?
- No – dije tímida
- Son dos timbres hambrientos de infamia que incitan al débil a comer.
Hubo un silencio fantasmal. El seguía sosteniendo ese añejo destornillador en sus manitas sucias, y me miraba con reversible pulcritud. Al fin el silencio se quebró cuando con lágrimas en sus ojos dejo caer el destornillador. Se hecho a llorar y el cielo se nublo.
- ¿Qué no ves que tus lágrimas entristecen al sol?
Nada. Siguió la tormenta en sus ojos. Tomo el destornillador y lo coloqué en sus manos de mendigo que no habían cambiado de Posición. Sollozando enunció:
- Víspera de navidad y es solo lo que papá me pudo dar.
- Pero que hermoso regalo – le dije mientras acariciaba su caballera desgreñada.
- Es todo lo que pudo robar del taller
- Vamos, navidad es mas que eso
- Pero robó algo más - continuó - desteto a la bestia y destornillo los pezones pragmáticos.
- Ahora ya me estas asustando – le confesé.
Sus ojos clavados en la nada, vertían lágrimas pero parecía no sentirlas, y en su boca una leve y sombría sonrisa.
- Este objeto cumplió su función – susurró al tirar el destornillador y se hecho a correr.
No se porque, solo supe el impulso de seguir ese atormentado corazón. Pasamos por un callejón y al llegar observé la miseria del lugar. Se sentó en una chapa y durmió. A su costado un perro sarnoso. Atrás un arbolito destrozado y a su otro costado yacía hermosa en un lecho de latas una mujer embarazada sangrando de su pecho…apuñalada.