De un salto se incorporó. Conocedora de los ruidos del exterior, y gracias a su aguda percepción, se puso en total alerta. Sabía lo que vendría a continuación, así que con toda la rapidéz que poseía, se movió en aquel espeso bosque para alertar a sus compañeras, le preocupaba sobre todo aquella pequeña, que carecía de experiencia y podía perecer por su inocencia.
El suelo comenzó a moverse, señal de que su tiempo se acababa, por fin la halló, en efecto, se alimentaba muy quitada de la pena. Sin decir palabra prácticamente la llevó a empellones. Justo cuando comenzaba a caer sobre ellas a una enorme cantidad de agua, lograron dar un último gran salto a lo desconocido. Las fracciones de segundo que duró su caída libre tras aquel gran salto, les parecieron eternas, pero cualquier cosa era mejor a lo que les hubiera sucedido si no hubieran huído.
Recordó la última vez, que se salvó de morir por un milagro. Al sorprendente diluvio siguió una oleada intermitente de una asquerosa espuma que la ahogaba y con la que perdía todas sus fuerzas, gracias a un intenso chorro de agua que de pronto la saco de aquel lugar y que la tuvo en un gran charco por quién sabe cuanto tiempo fue que sobrevivió. Cuando volvía en sí vió un gigantesco ser peludo que se acercaba a tomar agua de aquel charco y con las pocas fuerzas que le quedaban, se asió a sus barbas y logró trepar y habitarlo.
Quién sabe esta vez cuanto tiempo les tomaría encontrar otro buen perro lanudo que las alojara. De todo corazón deseaban que al sitio donde llegaran, no lo bañaran muy seguido. De los rasquidos las pulgas saben bien cuidarse.
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