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¿Era mi imaginación? o me venía siguiendo.
Los latidos de mi corazón deben haberse oido a metros de distancia. Tenía que estar seguro, así que di la vuelta entera a la manzana. Volteé por encima del hombro sólo para ver la figura de aquel remedo de hombre emergiendo de la esquina, también completando la vuelta entera. La hora y el rumbo de mala reputación parecían ser los adecuados para sorprender a un trasnochado. ¿Y si todo eso sólo fuera el atraco vulgar de un ladrón? Inexplicablemente esa noche mis pensamientos seguían cercándome con oscuras ideas que siempre - escéptico y calculador-había considerado como tontas, ¿fantasmas y aparecidos?¡hay que temerle a los vivos! Recordé de pronto la inexplicable desaparición de Mario Esnaurrízar por aquel barrio semanas atrás y un escalofrío recorrió mi espinazo. Vi un grupo de perros haciendo fila para copular con la perrita que no parecía estar disfrutando aquel momento, y al preguntarme porqué no sé alejaba de ahí, por fin eché a correr como reflejándome en mi propia pregunta. Volteé de nuevo con la esperanza de haber dejado atrás a mi perseguidor, pero ahí venía jadeando para no perder la distancia que nos separaba. Yo aceleré cuanto pude, hasta que mis pulmones no dieron más. Tuve que detener mi alocada carrera, mi aliento se oía como el lastimero bufido de una res en el matadero, miré hacia atrás y como al principio, a una distancia de cincuenta o sesenta metros, ahí estaba él, también jadeante. No podía más, caminé unos cientos de metros sólo buscando algo que pudiera servirme de arma para enfrentar a aquel hombre. Encontré una casa en construcción y me metí, encontrando pronto un trozo de varilla con la que quizá podría defenderme. Agazapado, permanecí unos minutos esperando en la oscuridad a mi verdugo, pero no apareció. Sabía perfectamente que él sólo esperaba mi salida para reemprender aquella irracional persecución. Cuando recuperé la respiración y me di cuenta que aquel tipo no vendría, seguí mi caminata hacia donde, a lo lejos parecía haber un sitio más iluminado. Pasé al lado de dos indigentes recostados en una banca de un parque, con la varilla escondida en la manga. No sé si me pidieron dinero, yo solamente alcancé a escuchar la palabra “ miedo”, y por un momento creí ver en los ojos de uno de ellos la mirada de Mario Esnaurrízar. Deseché pronto la idea, pero aquella palabra permaneció en mi interior, martillando mi cerebro al compás de las pisadas que escuchaba constantes a mi espalda. Avancé hacia la luz y de pronto me di cuenta que los focos iluminaban la obra en progreso de una nueva línea del metro, mucha luz pero ni un ser humano alrededor. La excavación me impedía seguir, estaba acorralado. Aunque pudiera pasar al otro lado , internarme en aquel otro barrio, sería igual o peor. Se apoderó de mi un sentimiento obtuso y decidí de nuevo enfrentar aquella sombra. Salté la valla y emprendí la carrera hacia la zanja , y después de bajar apenas unos metros la pendiente, doblé hacia la izquierda, encaramándome detrás de una máquina revolvedora. Lo vi pasar de frente hacia el fondo de la excavación y sigiloso fui detrás de él despacio, con paso firme. Cuando el perseguidor se vio perseguido y volteó a verme, se dibujó en su rostro una angustia que yo nunca antes había visto. Me acerqué poseído por fuerzas insospechadas, mi actitud debe haber sido imponente, pues de pronto estaba frente a un cervatillo asustadizo, descompuesto en sus facciones, asomaba la lengua y unos ojos saltones y amarillentos producían en mí una sensación que volaba raudamente del desprecio a la compasión. De la boca desdentada le surgía una espesa baba mientras emitía aullidos lastimeros, luego, de pronto reía estrepitosamente . Yo le gritaba con voz desgañitada todos los males que a nadie le había deseado antes, lo amenazaba con la varilla y le ordenaba que se fuera por donde había venido. De pronto vi que algo sacaba de entre sus ropas, adiviné que sería un arma, se ausentó de mí la conciencia y una fuerza que me dominaba le asestó la varilla en la cabeza dos, tres, cuatro, diez veces, hasta que cayó a mis pies mirándome como con un gesto de agradecimiento. Cuando logré zafarme de aquel hombre y subí de nuevo a la calle, una turba de perros se amontonó sobre el cadáver.

Texto agregado el 11-01-2007, y leído por 138 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
11-01-2007 El tipo buscaba quien le diera fuego para el faso! Buen clima, bien paranoico. El cuento: Buuu..eno. Salú. leobrizuela
 
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