El gato se abalanzó sobre el pequeño ratoncito y éste, elástico y ágil, pudo rehuir apenas el ataque. Pero ya estaba acorralado, su vida peligraba en grado sumo. Pronto comenzaría el consabido juego en que el felino haría alarde de su superioridad y él sólo podría hacer uso de ineficaces amagos, de desesperanzados saltitos que alentarían aún más al victimario para acabar de una buena vez con él. Entonces, acudió a su pequeña cabecita una idea que por lo desesperada, valía la pena intentarla. Cuando supo que el gato saltaría una vez más sobre él. empuñó su pequeña manita y la descargó con furia sobre la inmensa cara de su oponente. Este, sorprendido, adelantó con fiereza una de sus garras para apresarlo, igual como lo hace Tom cuando caza a Jerry. Eso fue fatal para él. Aprovechando el envión, el minúsculo ratoncito, lanzó al felino por los aires y este fue a estrellarse en un muro adoquinado. Allí se quedó viendo pajaritos, mientras nuestro heroico Jerry se felicitaba de haber aprendido algo de artes marciales en ese gimnasio donde tenía también su madriguera.