Soñaba que corría desorientado por los arenales y rozaba con mi cuerpo las arañas de los arbustos. Me senté con violencia respirando a hipos y abrazándome por el frío cruento que me envolvía.
Anteayer que leía el periódico, miré hacia la transparencia de la ventana y no pude percibir mi rostro. – Lo atribuí al cansancio- Una mañana quitándome una escama de mi cara, vi que uno de los dedos de mi mano faltaba. Me sonreí. Pues me percaté que éste se escondía detrás de los otros.
Los sueños no variaban. Corría entre los arbustos, preso de confusión sobre los medanos. Las espinas me Arrancaban jirones de piel. Algunas veces escuchaba el ruido sordo de mis pisadas, en otras , el murmullo del mar y el silbido de la brisa cuando roza los tallos secos de las ramas.
Siempre de la oficina a la casa, si acaso pasaba a algún colmado a comprar víveres, la mayor parte de las veces latería de salmón ahumado, en la creencia que el aceite era bueno para las funciones mentales. Leía y leía. Estando de pie veía a través de la ventana a la muchedumbre en las calles, hasta que éstas quedaban solitarias y sólo se movían los colores del semáforo.
Las noches pasaban con lentitud. Mi corazón parecía anunciar con su tambor un espectáculo circense - Ese donde el lanzador de cuchillos parte a la mitad una manzana y ésta descansa en la testa de una mujer hermosa-. Revoloteaba en la cama como una libélula que aletea dentro de un frasco de vidrio. Cuando me situaba en posición fetal, el corazón parecía ubicarse dentro de mi boca y el latido repercutía en mis sienes. Las horas se hacían lentas y la mente era una pizarra que cultivaba voces e imágenes y que una tras otra se proyectaban y desaparecían, para dar inicio a otra serie. Escuchaba el carro pasar, un grito lejano y el ulular de una patrulla. Veía la transparencia de la luna reflejada en los vidrios de la ventana. A qué horas el sueño llegó en mi ayuda, no lo sé, pero cuando abrí los ojos tenía un cansancio apelmazado.
Un domingo lluvioso desperté. El frío dormía en mis pies y busqué otra frazada , temblé hasta que el sueño – bendito sea- llegó… Bajo las sábanas vi la hora; eran cerca de las cuatro de la tarde. Recordé que la despensa estaba vacía y con gran pereza me vestí para ir al supermercado. Antes, pensé en tirar la basura, acumulada de hace una semana, pero me dije: al día siguiente. En la tienda después de comprar lo de costumbre, tuve dificultades para coger la billetera y sacar el importe. “le pasa algo, me dijo la cajera… se ve transparente” Me sonreí y le di las gracias y contesté: “debe de ser el frío de Diciembre”.
Un día me sorprendí que no percibiera el olor del café. Que mi foto en el buró fuese sólo una mancha de claroscuros y que el aroma de su visita a mi departamento se haya envejecido. Recordé súbitamente: que ella al mencionar nuestras vivencias las refería siempre en pasado. Miré el algodón de la fina camiseta que un día me obsequió y había máculas de un rojo óxido. ¡Un algo del corazón me dijo que debía acariciarla!, pero al hacerlo noté con gran pésame que la tela ya no respondía a mis manos y entonces caminé de un lado a otro sin sentir mi peso y observé que al fondo del cuarto se abría un rayo de luz y que en la parte superior danzaban finos corpúsculos. Salté una, dos y tres veces hasta que conseguí atraparlos y tenerlos entre mis manos. Curiosamente después de mi esfuerzo, me perdí entre ellos...
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