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Y en estas oscuridades lo atrapaste, noche virgen, oscura manta negra estrellada, gran rojiza luna de anhelos, son como un narcótico que lentamente atrapan al más desolado, al más triste, al más melancólico. Tan solo pido que lo lleven a un mundo sin dolores, un mundo sin remordimientos, sin obsesiones, a una fantasía llena de misericordia y de verdad. Es un día triste y solitario, y el espero la llegada de aquella viuda sin nombre, aquella soledad que le deparó este mundo sin emociones. Esa viuda de nombre que muchos escritores le llaman como un regalo de Dios, un regalo divino, y que este espíritu en llamas ha castigado, dejándole la noche como su compañera, como su amiga y su leal y fiel servidora. Es triste la historia de aquel que la luz del sol no le pudo brillar, aquel que su sonrisa se vio desvanecida por mil y cien llantos dividíos en un dolor pleno que lo llevo a confiar en la oscuridad plena de la noche fría y tormentosa. Su llanto jamás fue escuchado, su voz jamás fue bella, sus ojos jamás pudieron llorar, sus manos no pudieron acariciar, su corazón jamás pudo realmente amar. Tan solo fue un suave toque, un trágico final, y su cuerpo quedo en la triste soledad, vagando de noche tras la búsqueda de una verdadera felicidad. Como un bohemio, habla el, entre los árboles caídos, y las flores marchitas que tanto le traen recuerdos de una triste historia de amor. El que jamás pudo amar, ser visto, pudo sentir como le clavaban mil puñales, y el veneno entraba suavemente en su piel, desgarrando su alma, su suave corazón. Y tristemente lloró, sin lagrimas, sin sueños, sin deseos, sin rabia, con mucha sensación. Quizás le pude ver, sentado detrás de una mesa, con un suave café en las manos, con ese disfraz medio anticuado, bebiendo escuchando varios tangos, y disfrutando de su querida noche, y en su mano, un nombre de alguien, una frase que pronunciaba nostálgicamente, entre ratos. Decía: "Aquella vez que pude respirar, y pude vivir tras el sonido de su voz, y el canto de sus manos, aquel día que pude ver, y sensaciones que jamás tendré"... Lentamente se paró, dijo un adiós, y se desvaneció.
Ese día el noctámbulo fue recordado, caminando suavemente por el parque olvidado, con un largo y triste rostro, cantaba aquella melodía que sonaba en ese triste recuerdo de una sonata que nunca olvidara, sonata que quizás recuerde como la única vez que pudo el ver la luz del sol, y su bella sonrisa...

Adiós para siempre mi querido amigo...

Juan Cancio

Texto agregado el 10-01-2007, y leído por 112 visitantes. (0 votos)


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