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Odio a los conejitos rosados. No sé ni cuándo, ni cómo aparecieron en mi departamento. Están en todas partes, hurgando en la cocina, durmiendo en el sofá, en cada rincón observándome con sus enormes y tristes ojos.

La primera vez que vi uno pasó casi desapercibido, lo observé huyendo asustado luego que lo pillé lamiendo el azúcar que había derramado del azucarero, porque es de eso que se alimentan los conejitos rosados. Con el tiempo y gradualmente, parecía que se habían apoderado de todo, vi uno escabulléndose por los muebles de mi habitación, otro intentando introducirse en la alacena, que es donde escondí el azúcar; y otros, en grupo, retozando de lo más orondos en mi sala. Definitivamente, era una invasión.

Llamé a la compañía de exterminación, sólo nos tomará unas cuantas horas me dijeron, y al poco rato me enviaron a un tipo sucio y desgarbado que me obligó a salir de mi departamento diciendo con un acento absurdo que vuelva dentro dos horas. Debo confesar que en ese tiempo el alivio por deshacerme de esos molestosos inquilinos me duró poco, me puse a pensar como es que ese tipo pensaba eliminarlos, las maneras en que me imaginé el deceso de los pequeños, me turbo sobremanera, una sensación dura y fría recorrió mi espinazo, realmente esas cosas rosadas eran algo tiernas; además, ya no era tan triste y aburrido mi departamento, desde que esas motitas coloridas pululaban por ahí. ¡Diablos! Me sentí tentado a volver y detener al exterminador; sin embargo, no lo hice, por algún motivo que ni yo mismo pude comprender. Regresé tras las dos horas consabidas y encontré al tipo sentado en mi sala, estaba agitado y se secaba el sudor con un pañuelo.

- Fue un trabajo duro, pero lo logré- balbució.

Se paró y se fue. Sentí un consuelo hueco, sombrío, cuando se cerró la puerta. Prendí la televisión, me preparé una sopa, la comí, y me acosté a dormir. Echado en la cama pensé que era extraño no ver a esas criaturas, ya me había habituado de alguna manera a su presencia, pero bueno mañana me esperaba un pesado día de trabajo, así que no tenía tiempo de pensar en minucias. Por fin, tras un largo rato logré conciliar el sueño, pero cuando me encontraba en ese estado en que los pensamientos e imágenes se reproducen en nuestra mente de manera incoherente, sentí encima de la cama unos bultitos algo pesados. Me desperté de una manera casi natural, sin exabruptos, y los vi, ahí estaban por todos lados, en el suelo, en los muebles, en la cama, quise dar un grito de sorpresa, de miedo o tal vez, de alegría, no sé. Jalé la frazada y me tapé con la intención de seguir durmiendo.

Bueno, uno se acostumbra a peores cosas- pensé, antes de cerrar los ojos.

Texto agregado el 09-01-2007, y leído por 143 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
09-01-2007 Muy bueno, original, entretenido. 5*s. Otro_Jota
 
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