Querido desconocido:
Dicen que siempre escribo cosas tristes, que mis relatos están llenos desamor, que mis palabras siempre son de muerte. Pero hoy te escribo para ti.
En la oscuridad de la noche cierro los ojos para imaginarte. Desconozco si tienes los ojos claros o si por el contrario son del color de la noche. Desconozco si tus manos son rugosas, suaves, aterciopeladas o tersas. Quizás eso no importe. Quizás es lo de menos.
Me seducen tus palabras, las letras sonadas en tu garganta que grita y se desmelena, criticando la vida entera, sintiéndote un luchador incomprendido.
Me embelesan tus miradas, que comprenden mis propias miradas, que ayudan a que la conversación se haga más interesante.
Me enamora tu elocuencia, tu verborrea, tu locuaz inteligencia, que me hace tener la boca abierta sin saber qué expresar.
En la oscuridad de la noche yo lo imploro. Si esa, mi mitad de fruta amarga, aún no ha nacido, esperaré a que esté a mi lado. Si hiciera falta juraría al cielo o al infierno, que dejara perpetuo mi cuerpo, si así lograra encontrarte.
Que me hagas sentir como un hada, una reina, la agraciada de tus palabras.
Que me dejes quererte, que me dejes amarte hasta la muerte.
Que me dejes encontrarte.
Y si al final de la vida no lograra hallarte, jugaría al pócker con el diablo. De un lado mi alma, del otro poder escucharte.
Siempre dispuesta a imaginarte,
T.
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