El verano pegajoso me sofoca y me asfixia. Desearía dejar mis tripas al aire del ventilador y de paso poder mudar de piel como los escorpiones. Y pensar que en enero adoraba ese mismo sol y me sentaba horas al lado de la pileta donde mis hijos retozaban hasta arrugarse como pasas. Me gusta leer cuentos y novelas de terror al sol, como si Febo les restara potencia a los monstruos. El verano pasado fue “It” y una antología que incluía desde Lovercraft hasta Stevenson, pasando por la obviedad de Poe. Éste, fue uno de los bronceados más escalofriantes, pasado de la mano de “El resplandor” de Stephen King. Pero ahora el bronceado dejó de ser bronceado y pasó a ser una pátina oscura que se desgasta y se diluye. Litros y litros de crema no consiguen mantener el color ni la pretendida humectación. Y en la calle hoy hace más calor que nunca, el asfalto está blando y pastoso bajo la suela de mis sandalias. Mis pies necesitan un poco de atención, tanto caminar descalza me ha dejado la piel áspera y dura. Caminar y caminar, es lo único que hago desde hoy por la mañana, todo para comprar los cuadernos aquí, la mochila allá y los lápices a veinte cuadras. Tengo pilas de cosas que hacer antes del comienzo de clases. ¿Por qué, a pesar de la previsión, marzo termina siendo un caos? Caos, cómo me gusta esa palabra. Uno tiene que abrir bien la boca para pronunciarla. Es uno de esos vocablos con sonoridad ovalada. A ver si apareció algún nuevo título en la vidriera de la librería. Son todos libros escolares. Qué lejos están estos libros con troquelados y cuentos blancos de aquel “Libro Volador” con el que yo aprendí a leer. Para ser los setenta y para ser un colegio católico era un librito bastante psicodélico. Un tal Atilio Veronelli lo escribió. Siempre tuve dudas si sería el mismo Veronelli que escribía libretos de televisión. Mirá, pegada a la librería pusieron una tioenda de ropa para chicos. Naturalmente los expositores están llenos de uniformes colegiales, de ropa blanca, azul marino, verde oscuro, y ese color oscuro de nombre francés que jamás conseguí articular como corresponde. Color vino decía la abuela para que todo el mundo la entendiera. La abuela es la mamá de mi mamá, porque la otra señora jamás se dignó a viajar los mil doscientos kilómetros que nos separaban para conocerme. El otro día me enteré que mi abuela se casó con don Emilio a los tres meses de haber llegado al país. ¡Tres meses! Como si yo hubiese conocido un hombre hoy y me casara en junio. En la escuela dijeron que para junio iban a armar la feria del libro. Tendremos que trabajar otra vez los padres como muchas ferias anteriores, y todo para que la bruja de la directora se lleve los lauros. Bueno, pero mejor no quejarse, después de todo en el fondo lo disfruto. ¿Qué fue que hicimos el año pasado? ¡Ah! Maquetas de libros gigantes. Cuentos tradicionales en tamaño XL. Pero no como el libro de Laura Esquivel que vi en la librería la otra tarde, ese que tenía las letras gigantes para que mi suegra las lea sin anteojos. Libros de verdad grandes, del tamaño de una criatura de cinco años. Al pobre librero de la calle Roca le hubieran complicado la vida. A veces me pregunto dónde tiene tantos libros en ese localcito de cuatro por siete. Jamás me dijo, “no ese título no lo tengo”. Tal vez influya que mis títulos son normalmente los que otros lectores me recomiendan. Es la desventaja de no tener todo el dinero que se quiera, uno no puede arriesgarse a comprar un libro y qué después resulte un bodrio. En esta clase media devaluada en la que me toca vivir los gastos deben ser medidos y racionales. Razón por la cual ahora junto los vueltos y espero para comprarme “El hombre duplicado” de Saramago. Y por eso rebusqué en todas las librerías de nuevos y usados antes de encontrar la versión de bolsillo de “El perfume” de Süskind. Me mató como pone en palabras sensaciones tan difíciles de explicar. Un olor, un perfume. Y en la primera página, cuando hace una descripción olfativa de Paris en el año 1734, la cantidad de matices y fragmentos que suma. Fue una de mis mejores compras, aunque la letra chiqitísima de la edición pocket me esté dejando bizca. Ahora que me acuerdo, tendría que llamar a la mamá de Juan Cruz para saber si ya programaron la operación. Creo que tendría que hacerla hablar con mi prima Gra para que se quede tranquila, las técnicas para corregir el estrabismo hoy son increíblemente efectivas. Y Juan Cruz pasará a ser un bomboncito en potencia. Igual que el padre, aunque el Ruso siempre compensó el cruce de ojos con un humor y una sonrisa que de flechaba hasta la más dura. Espero que de verdad esta librería tenga los cuadernos al precio que me comentaron porque si con este calor caminé al divino botón. Bueno, por lo menos tiene aire acondicionado. Y después me voy en taxi, las treinta y cuatro cuadras al sol no las camino de vuelta ni loca.
Marzo 2003
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