“ Español I ” /A Diana Ortiz, quien me contó esta singular historia/
Todos los días, y a las diez en punto de la mañana, los enamorados se encontraban en un aula vacía en el cuarto piso de la facultad de Psicología, edificio “4A”. Inmediatamente después del beso apasionado, Diana sacaba un pomo de crema humectante -aroma floral- y se dedicaba a frotar con devoción las manos de su Romeo. El delicado masaje lograba, momentáneamente, humectar las manos resecas y agrietadas de Manuel, que así se llamaba el enamorado. Una vez suavizado el territorio, continuaban los besos y los masajes dirigidos a otras zonas mas sensitivas.
“Los tortolitos” se habían conocido en la clase de “español I”, impartida de 10 a 11 de la mañana, a la cual (como ya habrán inferido fácilmente) nunca asistían, ya que a esa misma hora concurrían, cual gatos en celo, a sus clases privadas de anatomía, en aquel paraíso abandonado del cuarto piso.
El romance resistió exactamente lo que duró el semestre. Los dos (también fácil de deducir) reprobaron su materia de “Español I”.
La última mañana de clases fue un viernes. Como de costumbre concurrieron a su madriguera del cuarto piso. A las 10 en punto bajaron por las gradas del “4A” tomados de la mano. Ninguno de los dos se atrevió a pronunciar palabra alguna. En la planta baja se despidieron: un abrazo frío y un beso corto sellaron para siempre su romance estudiantil. Nunca más se volvieron a ver y ninguno de los dos regresó a la cita de las nueve. Sus destinos estaban sellados y matriculados en carreras distintas.
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Un día en que Diana entraba a un banco con sus dos hijos tomados de la mano, vio a su Manuel haciendo una fila interminable. Habían transcurrido mas de 15 años desde aquella despedida, aun así lo reconoció de inmediato. A pesar de los años Manuel conservaba su clásica elegancia y el buen porte "un poco pasadito de libras talvez". Sin dudar ni un instante Diana se acercó y soltando momentáneamente a sus dos críos tocó su hombro suavemente. Manuel volteó un tanto sorprendido. La reconoció inmediatamente; ella no había perdido su radiante sonrisa y sus ojos aun emitían esa luz indescifrable "un poco gordita quizás". El cálido abrazo no se hizo esperar. Después de intercambiar unas cuantas impresiones Manuel sacó las manos de los bolsillos y con un gesto infantil las colocó frente a los hermosos ojos de Diana. Estaban mas secas y agrietadas que nunca.
--Mira Dianita, como me haces falta –dijo con tono apesadumbrado.
Inmediatamente Diana sacó un pomo de crema de su cartera y frotó rápidamente las manos de Manuel, luego le dio un beso en la mejía, tomó a sus hijos de la mano y se marchó en dirección del departamento de préstamos hipotecarios.
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