Imagen y Semejanza
Faltaba ya poco tiempo para la llegada del año dos mil, para el esperado cambio de milenio, y Dios aún no había decidido si enviarnos un nuevo diluvio o un nuevo Mesías. Para él “dos mil” era sólo un número más, e incluso ni siquiera se correspondía con los años transcurridos desde el nacimiento de su último Mesías (debido a los errores y ajustes históricos) pero el sentido místico que despiertan los números redondos sobre los instintos y miedos de los hombres le era muy útil para conseguir los efectos deseados sobre las masas humanas. ¿Cuáles eran esos efectos deseados? –Nunca lo sabremos.
Llevaba ya algunos años en este dilema nuestro Dios, intentando determinar cuál de sus opciones (el diluvio o el Mesías) le sería más conveniente a su nueva campaña de marketing, cuando ocurrió lo inesperado, algo que Él nunca siquiera imaginó que podría suceder. Una galaxia completa comenzó a arder sin quemarse, gigantescas nubes de polvo cósmico tomaron un forma casi humana, se posaron arriba de la galaxia ardiente (simplifiquemos el cuento e imaginemos que podemos diferenciar un arriba de un abajo en esos confines del universo) y comenzaron a buscar con la vista a nuestro asustado Dios.
Dios siempre había sido ateo, nunca creyó que existiera un Ser que lo hubiese creado a Él, y siempre se sintió inmortal y el ser más poderoso que pudiera existir. Todo eso cambió para él en un segundo. ¿Cómo es que nunca se lo había preguntado, si parecía natural que el ciclo se repitiera “hacia arriba” en la cadena de la creación? Sintió miedo, imaginó a un ser humano, a una de sus creaciones actuando como Él lo había hecho desde el inicio de los tiempos, y sólo imaginó castigos para esa criatura. El Dios sobre Dios, si era tan consecuente como su creación, debía de aplicarle el peor de los castigos, algo que nuestro creador ni siquiera sospechaba que pudiese existir, algo que fuera comparable a la soberbia que Él había demostrado por siempre.
De pronto nuestro Dios desapareció, nunca sabremos dónde fue a parar, a qué divina sala de castigos su creador lo arrastró, ni menos aún por cuánto tiempo lo mantendrá allí, sólo sabemos que desde un tiempo antes del año dos mil no contamos con un Dios que nos guíe, ni que nos castigue, que por ahora podemos dejar de esperar al deseado Mesías, y que tendremos que acostumbrarnos a trabajar en nuestro destino usando nuestros propios medios.
Jota |