De mis asesinatos y mis tristezas
Podría empezar por decir cómo me siento pero es inútil por que no me siento. Me maté hace dos días, cogí mi corazón y lo hice detenerse. Ése fue mi último asesinato. Empecé por matar el perdón por que no convenía a mis intereses y por que claro, mis intereses son tan raros que parece que lo hago todo mal cuando yo sé que está todo bien hecho, perfecto diría sin lugar a dudas. Y asesinar al perdón no fue un acto de ira, lo cavilé en soledad, en compañía y en noches de sueños inalcanzables. No me da vergüenza admitirlo, he sido una asesina fría y despiadada, sin más. Luego maté las enseñanzas que me fueron inculcadas obligatoriamente, las destacé con una alegría sublime, una genialidad me llevó a reconocerlas todas, como costumbres insanas e inapropiadas para mis ideales. Y un día, me enamoré y empecé por matar la confianza, por ponerla de rodillas y traspasarle la cabeza de un disparo. No pudo ni meter las manos la pobre pero no me siento apenada por ella, es la culpable de que me hayan traicionado y de que mi inexistente vida, se encuentre llena de paja.
Ahora que tengo el corazón en mis manos, con todo el control de la situación, sin un dejo de arrepentimiento, me recuerdo que maté mis lágrimas, aunque sospecho que fue en contubernio por que se decidieron a no salir más y estaba tan triste que el estómago se me pegaba con la espalda y me subía un frío por el pecho que me acongojaba y al mismo tiempo me hacía sentir viva. He sido mala, maldita, terrible y me siento tan bien de haberlo hecho, hacer lo que quiero ha sido mi bandera; caminar entre la gente sin que sepan que estoy y asesinarlos también aunque más no sea en sueño. Ejecuté a la primavera de Praga por considerarla un estorbo en esa estación que a mí me dio siempre un vuelco al corazón. Una noche, fantaseé con matar mi cama, pero era demasiado pesada para tirarla por la ventana, entonces dormí allí profundamente.
Hoy que escarbo en mi corazón para encontrar eso que me faltó matar, me doy cuenta que nunca lo hubiera podido hacer; sus ojos verdes siguen tan vivos y expresivos como siempre, las caricias tibias siguen acurrucándose en el último halo de vida que le queda. Y sus palpitaciones se revuelcan con dolor, se humedecen de lágrimas que no son, de miedos que caminan entre las venas que ya casi no tienen sangre y mi amor por él, sigue vivo.
|