Ese anciano…



Has envejecido, tiempo. Caminas de nuevo con pasos lentos, casi arrastrándote, deteniéndote a la sombra de mis recuerdos mientras saboreas, impasible, los frutos de la ternura herida.

Cuando quieres, te conviertes en un niño veloz y juguetón que corretea por los caminos de la risa ¿Por qué no quieres ser un niño para mí? ¿Por qué te empeñas en vestirte con andrajos y cubrir tu cabeza con el manto blanco de la vejez?

Tu boca desdentada y oscura aún conserva el sabor de mis sueños rotos y me miras… Tu sonrisa hiriente se refleja en mis ojos que, esperanzados, anhelan que a tu corazón de anciano le retoñen alas. Pero permaneces quieto; tus manos apergaminadas sostienen el reloj de arena de mi vida. Extiendo mis brazos para alcanzarte y robarte ese reloj. Quiero romperlo y dejar que los granos dorados se pierdan entre las piedras del camino, así podré ser aire… Me observas inconmovible sin dejar que me acerque más a ti y entiendo…

Soy yo la que camina con pasos lentos, casi arrastrándome, deteniéndome a la sombra de mis recuerdos.