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Internet: una odisea navegando


Era una de esas noches en las que desistes de ver la tele porque parece que las cadenas han hecho un convenio para poner todos los reality shows esos que están de moda ahora con el pretexto de hacer un estudio sociológico, y entrevistas al amante de la segunda ex-mujer del marido de no sé qué famosa; y no quieres irte a dormir porque estás oyendo desde el comedor los resoplidos que, casi a la par del tic-tac del reloj de la mesilla, lanza tu marido como un bendito.
Como una quiere estar al día, había hecho un cursillo de esos en los que te enseñan en cuatro ratos a navegar por Internet; y no se me da mal la cosa, la verdad, así que encendí el ordenador porque, vistas las circunstancias, era el mejor plan que tenía.
Mientras que el aparato arrancaba me dio tiempo a recordar la última vez que había entrado en un chat… Como las ocasiones en que me había metido en un sitio de estos siempre aparece algún salido que me queda sin habla y me pone mal cuerpo -porque, oye, una tiene sus principios morales y una educación católica, apostólica y romana- aquel día me había dicho: “Me voy a uno de religión; ahí seguro que se habla de cosas inteligentes y no me vendrá mal cultivarme un poco, caray”. Y allá que fui. Siempre me quedo un rato mirando para ver de qué va la cosa pero no me dio tiempo a sacar conclusiones porque alguien me pedía un privado. “Bueno -me dije- aquí no habrá peligro” y, sin pensarlo dos veces, le digo que acepto. El saludo me dejó de piedra:
─ Que Dios te de sus bendiciones…
“¿Me estará tomando el pelo?” –pensé. Pero no, nada de eso. El chico -latino y muy joven, para más señas- me comentaba lo perdido que está el mundo y las perversidades (juro que empleó esa palabra) que se dicen por la red. No es que a mí me vaya la marcha esa del cibersexo -que no es eso- pero es que, éste, se tomaba las cosas de una forma que hasta yo parecía moderna. “Angelito; como sigas así qué poco vas a disfrutar de la vida, hijo…” Claro que esto lo pensaba para mí; a él le decía a todo que sí, que qué vamos a hacer; en fin, le seguía la corriente sin atreverme a dejarlo plantado mientras me echaba un solitario hasta que, como venida del más allá, llegó a mis oídos una frase en la que me llamaba “señora”. Volví al más acá al instante. No sé qué me entró… No dudaba de la educación del muchacho pero a mí me sonó como si me hubiera llamado ¡vieja! Podía soportar “las bendiciones de Dios” o la historia de Sodoma y Gomorra y hasta que me contase los cuarenta años de peregrinación del pueblo hebreo por el desierto pero aquello era superior a mí y, con la disculpa de la diferencia de horario, le dije adiós hasta otro día –que se lo ha creído- y, encima, con sentimiento de culpa porque al despedirse me dijo que soy una “señora” encantadora ¡Y dale con lo de señora!
En fin, mientras rememoraba mi epopeya cibernética, había abierto ya al menos una docena de páginas sin decidirme por ningún chat. “A ver, este de cultura… no; igual me sale alguno contándome la teoría de los agujeros negros o quiere debatir sobre la evolución de las especies. Este de informática… tampoco; sólo sé lo justito y no es cuestión de quedar como una incompetente; las limitaciones cuanto menos se noten, mejor. Más de 20… más de 30… más de 40… ¡Éste! ¡Jesús! No recuerdo haber cumplido tantos”.
Después de otros diez minutos –no tengo ADSL, qué se le va a hacer- esperando a que se cargara no sé qué subprograma, conseguí llegar a la sala y me dispuse a mirar… otro rato. “Ufff, cuánta gente hay aquí. Pues sí que corre esto; no me da tiempo a leer y mira el reloj, o te lanzas o te da la hora de tomarte la pastilla de la jaqueca ─porque, a mí, todos los domingos por la mañana desde que me casé me da jaqueca─ Pedir un privado puede ser arriesgado; mejor que hagas algún comentario general a todo el personal. ¿Y qué digo? Bah, si no es tan difícil”.
No me lo pienso más y pregunto –con letras grandes y llamativas, para que se vean bien:
─ “¿Alguien que quiera SÓLO hablar?”
Debió sonar estúpida la pregunta porque provoca hilaridad general en la sala y comentarios como: “¿Habéis oído? Alguien que quiere sólo hablar ¿y qué te crees que hacemos por aquí? ¿Viajar en el tiempo?” Risas de todos los colores y tamaños y muñequitos amarillos de esos que se revuelcan por el suelo…
A pesar de no entender por qué tanta algarabía, me subió como un sofoco pero estaba dispuesta a mantener el tipo así que, aguanté el tirón y me dije: “Tranquila, si no pueden ver cómo das cabezazos contra el teclado…” (pero con moderación –eso sí- que aún no hemos terminado de pagar el aparato). “Igual tienes suerte y alguien interesante aparece para que puedas presumir mañana delante de la carnicera que anda diciendo por ahí que mucho pico pero poca clase”. ¡Poca clase yo, que hasta entiendo de Internet!
Y al momento… ¡Sí! Al fin alguien quiere hablar conmigo pero… ¿Habré leído mal? No, no. Pone lo que creo que pone en el nick: p-o-l-l-ó-n. “Pero, igual es que tienes la mirada sucia” -me digo, y le doy al intro (jolines, cómo manejo el vocabulario informático)
El pollón empieza a hablar y pregunta lo típico (que suele ir con segundas) “¿estas casada?” y yo: “Sí” “¿y cómo es que tu marido te deja chatear?” (Encima, troglodita) pero le suelto dándomelas de mujer moderna: “¿No sabías que estamos en el siglo XXI?”. Sin contestarme siquiera empieza a presumir de que su nick no es sólo un nick sino la pura realidad. “Buenooo, ya estamos”, pienso pero me callo. Lo dejo hablar para ver cómo respira y al segundo minuto viene la tercera pregunta: “¿Qué te parecen 23 cm. de tamaño?” Iba a salir corriendo, a esconderme como un gusano pero estaba decidida a no irme de allí con mi dignidad hecha una mi…una miseria. Así que, le contesto: “¿23cm? Hummm… ¿en serio? Estoy impresionada -lo dejé que se pavoneara un poco- me resulta difícil creer que tengas 23 cm. de… corteza cerebral”. “Nos ha salido graciosa la nena” –contesta, y ataca de nuevo. “Venga, dime, en serio ¿qué te parecen mis 23 cm. de masculinidad?”(Lo cierto es que empleó otra palabra; el tipo no era muy fino) “¿Y cómo salgo ahora de ésta?” –me pregunto. Pero yo, ahí, aguantando como una jabata. “No sé… -le digo aguzando el ingenio- tú debes saberlo mejor, al fin y al cabo, sois los hombres los que estáis continuamente preocupados por el tamaño…”
Esa fue la estocada final. No me lo podía creer. Aquel individuo escribió en la pantalla un tímido ok y desapareció de mi vista con los ánimos y alguna que otra cosa bajados…
Yo, en cambio, me fui a dormir con la cabeza alta, a oscuras y de puntillas para no despertar a mi marido porque acababa de darme cuenta de que era sábado por la noche y hasta por la mañana no podía tomarme la pastilla de la jaqueca…







Texto agregado el 08-01-2007, y leído por 136 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
24-11-2007 esta bien, nada pretencioso, se digiere bien y sin liquido trexius18
13-01-2007 Encendido y caluroso aplauso. 5* solotonal
10-01-2007 muy bueno....te pasasate...serás Chilena??.. bueno te doy ***** remi_dee
09-01-2007 quiero joderte toda chica!!!!! buenisimo nitrofiver
09-01-2007 jajajajajajaja, GENIAL!!!!!!!!! 23 estrellas de las buenas para este texto, en verdad he pasado un buen rato leyendo.- chantal-deveraux
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