La Mesa de Billar
Uno y Nueve lo miraban de reojo mientras rodaban a su lado aparentando su amarilla felicidad. -Negro, feo y solo- comentaban Dos y Diez desde una de las esquinas. Tres y Once lo esquivaron con un gran esfuerzo, mientras Cuatro y Doce se decían –Triste, pero es la ley de la Mesa.
La pareja formada por Cinco y Trece vivían felices en su mundo color naranja, sin siquiera dedicar un tiempo al negro habitante del centro. Seis y Catorce sentían compasión por él, pero no se atrevían a comentarlo con el resto. Siete y Quince, los más ancianos de la Mesa, recordaban aún el momento en que él había llegado, y no se explicaban por qué el Creador había permitido a ese ser el rodar en soledad por su plano mundo. Nadie lo quería.
Ocho no necesitaba a nadie. Era el único ser completo de la Mesa, y agradecía al creador el haberlo hecho de esa forma. El resto era tan débil que necesitaba de otro que lo complementara, para poder compararse a él.
Cierto día Ocho recibió al unísono dos golpes muy fuertes. Catorce y Once chocaron al mismo tiempo contra él, uno por cada extremo. La fuerza del golpe fue tal que Ocho se partió por la mitad.
Todos los habitantes de la mesa lloraron lo ocurrido a su negro compañero, sólo en ese momento se percataron de cuán acostumbrados a él estaban, y de cuánto lo extrañarían en el futuro. El juego no sería el mismo sin él.
Cada una de las mitades de Ocho observó a la otra. Durante sus últimos segundos de vida, y por única vez durante su negra existencia, Ocho se sintió acompañado.
Un nuevo Ocho aterrizó en el centro del paño, mientras todos los coloridos números pensaban -¿Quién es ese feo, negro y solitario ser que nos traen al juego?-
Jota |