Justo en el momento en que me retiraba un golpeteo sobre la vidriera del local me hizo regresar... Tal vez era mi día de suerte. Un hombre larguirucho me indicó a señas que no me marche. Después de unos instantes regresó con un abultado manojo de llaves y abrió la puerta.
Su aspecto se me ocurrió muy a tono con el resto del local: un mechón de ralos cabellos le caían sobre el rostro, tenia los hombros hundidos sobre el pecho y,
ademas, unos ojos grises que miraban vacíos. Óleos, armas antiguas, muebles y un cúmulo de libros esparcidos por doquier, todo cubierto por una espesa pátina de años, completaban el entorno.
- Vengo por el espejo que está en la vidriera - le dije, sin darle tiempo a preguntar.
- Sí, claro, todos vienen por el espejo que está en la vidriera - acotó mientras me indicaba que lo acompañase.
- El Espejo de la torre no esta en venta, pero si usted se lleva también el teléfono y la mesa de mármol podría vendérselo...
Miré de reojo a la mesa y al teléfono. También éstas eran unas hermosas piezas de colección, pero de todas maneras me pareció un abuso. "No debería haberle demostrado tan rápido mi interés por el espejo''.
Pensé convencerlo que me vendiese sólo el espejo, pero sin éxito. Tampoco en el regateo por el precio tuve mejor suerte y al final me encontré sentado junto al chofer del camión rumbo a mi casa... con el espejo, el teléfono, la mesa de mármol rojo de Creta y... la billetera vacía.
Una vez en casa, y después de haber cambiado de lugar todos los muebles del salón, colgué al espejo sobre la pared y ubiqué la mesa y el teléfono junto a él. Al fin de la jornada me fui a dormir rendido. Había tenido un día agotador. Entre sueños oí sonar el teléfono, pero al atender no hubo respuesta. La escena se repitió un par de veces y, como la primera vez, la línea seguía muerta. A la quinta vez me levanté para tomar un calmante .
En penumbras, me dirigí a la cocina en busca de un vaso de agua; al pasar por el salón vi a alguien parado junto al espejo y escuché la voz que repetía,
incesante: "Sí, ya le dije que esta todo listo, esta misma noche recibirá lo acordado".
Creí estar soñando, pero el frío del piso, subiéndome por los pies, me volvió a la realidad. El anticuario estaba ahí.¡En mi casa! frente a mí, de carne y hueso,
pero mucho más joven. Al verme, colgó el auricular, me saludó inclinando la cabeza y con cortesía me condujo hacía el espejo...
A la mañana siguiente me sentí extraño en el nuevo trabajo; un bastón, que no recordaba, prolongaba ahora mi brazo izquierdo y temblaba junto con él.
Alguien, en la vereda, golpeó la puerta de la tienda, tomé el abultado manojo de llaves y fui a atender.
Venían por el Espejo de la Torre.
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