Quiero que se termine este interminable domingo, ya no sé que mas puedo hacer delante del ordenador, o en la cama, y ya me he consolado en el baño. He acabado el único libro que me quedaba por leer y he ordenado todos los cd´s una vez más, esta vez por artista y no por título, como hice a primera hora del día. Amaia Montero ya no puede cantar más, está exhausta.
Intento mantener la mente ocupada pero en cualquier momento viene el recuerdo de ella. Por suerte borré su teléfono y su e-mail. Aún así, imagino cómo sería esta tarde de domingo a su lado. Y me gusta lo que veo, pero vuelvo a abrir los ojos para no ver su imagen de nuevo y hacerme daño inútilmente.
Un partido de fútbol me entretiene, el griterío de la afición, tan centrada en el absurdo deporte y con sus cotidianos problemas tan lejanos. Incluso yo sonrío al ver tanta felicidad y pasión desatada. Pero solo ha durado 90 minutos. Qué lástima, estaba funcionando.
El sol se está poniendo, y no se si ponerme a comer hasta reventar o meterme debajo de las sábanas hasta que vuelva a salir. O quedarme ahí hasta que un día salga de verdad, o sienta que de verdad ha salido. Pensar en la vuelta a la rutina me mata. Madrugar, metro, trabajo, otra jornada poco productiva, ganas de salir de ese agujero, metro, atasco, gimnasio, cena precaria y a la cama, a volver a meterme debajo de las sábanas y volver a desear no moverme de ahí. A pesar de que odio perder el tiempo en la cama, odio más la vida en este instante.
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