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Inicio / Cuenteros Locales / Cchp / Un cuatrojos, una bella dama y yo

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Me arrodillé a su lado, mientras ella estaba sentada mirando su pequeña cruz de onix negro, tan negros como sus cabellos. Sus obscuros ojos exploraban el brillo del pulido de la pieza. Suspiró. Arremangué mi camisa roja hasta los codos y seguí mirando su pensativa mirada.

Ella recordaba a alguien. Un hombre alto, de cabello castaño más o menos largo y usaba una barba corta... parecía de esos Jesús de las películas antiguas para semana santa... de ojos verdes, profundos y luminosos. Se sonrió y lanzó otro suspiro. Sin duda recordaba algo alegre de él. Mientras ella moría de nostalgia, un hombre macizo, sentado en la barra la miraba detenidamente, por sobre de su Jack Daniel’s sin hielo. Lo miré con recelo, mientras él se la comía con la mirada. No me gustaba para nada este tipo. Me encantaría tirarle ese vaso de Whisky el la cara por ser tan repugnante.

Miré hacia otro lado y vi otro tipo, sentado en una mesa del fondo. Estaba garabateando algo tímidamente en lo que parecía ser una agenda. De vez en cuando la mirada se desviaba de su trabajo hacia el pensativo rostro de ella... y ella, cuando lo miró, él fingió estar ocupado. Me incorporé y fui a ver aquel, me senté al lado de él y miré lo que estaba haciendo: un retrato... a lápiz de pasta, de ella. Miré nuevamente el rostro del artista. Un hombre joven, de unos treinta, de cabello rubio ceniza, ojos café, prolijamente afeitado y vestido... de camisa y corbata. Delante de sus sinceros ojos, unos gruesos marcos de metal. Miré su mano derecha manchada de tinta del lápiz y su concentrada mirada en su obra. Bebía lo que parecía ser un vino añejo... casi no había tomado nada de su copa. Parecía que la había pedido para tener un pretexto para estar ahí.

Volví nuevamente hacia ella y me senté a su lado. Su vestido azul. Me encanta ese vestido. Sus pendientes de plata, con delfines. Su boca pintada de un color rojo cereza obscuro... y sus ojos con un color lila claro... ligero colorete en las mejillas... cabello tomado. Apoyé el codo en la mesa sólo para mirarla en detalle. Exploré sus manos, sus suaves y delicadas manos y sus ojos color madre tierra. Cuello largo de cisne... adornado con un perfume de violetas. Solté un suspiro al sentir su aroma entremezclado con el dulzor de las flores.

- “Dímelo sin anestesia, Miguel, que no te veo cara de buenas noticias.”
-“Javier, tienes cáncer.”
- “¿Cuánto me queda, doctor?”
-“Pero Javier...”
- “Dímelo. Dispara de una vez.”
- “Cuatro meses... Con suerte.- Tienes que contárselo a Gabriela, para que se prepare...”
- “¿Y hacerla sufrir? Eso nunca. Me muero antes si ella sufre por esto. Que ella piense que yo no sabía y que no sufrí... Eso es lo mejor para todos.”

Gabriela siguió sumida en sus recuerdos y yo sufriendo como nunca. No soporto verla así, taciturna, sin chispa, sin alegría... vive en su mente. Y por eso mismo no descanso en paz. No soportaba la idea de dejarla sola.

- Javier.- susurró ella.

- Estoy aquí, amor.- dije, aunque sabía que ella no me oiría.- olvídame de una vez, querida... ya estamos dos años con lo mismo...

De pronto, el rubio de lentes mira su reloj y pide la cuenta. El mozo fue y le trajo el papel. Sacó un billete y lo dejó sobre la bandeja y se incorporó, sacó su maletín de la silla de al lado.

- ¡Oh, no!- dije.- Ni lo pienses, compadre... no te vas sin invitarla a algo.

Me paré y fui a ver al caballero de lentes y con el máximo de esfuerzo, le saqué los anteojos y los tiré justo a los pies de la mesa de Gabriela. El hombre, casi a tientas buscó sus lentes. Gabriela sintió que algo había chocado con su pie, y vio un par de anteojos. Los recogió y miró a su alrededor, pero no vio a nadie, pues el corto de vista estaba palpando, parado como un perro, agazapado al pie de una mesa. El hombre, en su desesperación, dejó caer su maletín que estaba mal cerrado y su agenda saltó lejos y pateé el libro a la mesa de Gabriela. El libro, al chocar con la silla se abrió en la página del dibujo. Ella lo vio de inmediato y se reconoció en él. De pronto, vio al hombre que estaba recogiendo sus papeles. Este, avergonzado, se incorporó con rapidez al ver que Gabriela lo miraba. Ella se incorporó de su mesa y le preguntó:

- ¿Estas cosas son suyas?

El hombre miró sus anteojos y su agenda.

- Sssí, ssseñorita.- dijo el hombre, sonriendo con nerviosismo.

Él tomó sus anteojos... y tan nervioso estaba, que sus manos le temblaban. Ella sonrió y miró nuevamente su retrato.

- Es hermoso. Tiene usted mucho talento.- dijo ella, mirando nuevamente al nervioso hombre.

- Usted es hermosa. El talento es mínimo... ni el artista más torpe es incapaz de plasmar su belleza, que es tan evidente...

- Bien, campeón.- dije, al ver al cuatro ojos. Tiene el “don” de la palabra.- Ahora respira, relájate, compadre. Ella te va a aceptar que la invites.

-... ¿Quisiera acompañarme a una copa?

Ella sonrió y asintió con la cabeza. Cerré los ojos y suspiré... aspiré en mi imaginación su perfume y le di un beso en la mejilla de despedida... aunque no lo sintió, pero no importa. Sonreí, me alejé de la pareja de tórtolos y me fui a la barra. Les dirigí una última mirada y deseándoles lo mejor y me fui a donde debía estar... En el aire, entre la tierra y el mar... Feliz y por siempre...

Texto agregado el 07-01-2007, y leído por 172 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
22-05-2009 que bueno...estabas muy inspirada,,, palmiro
08-01-2007 hermoso... saludos Ursulita
07-01-2007 ah... qué hermoso cuento. HabloconlaPared
07-01-2007 escrito Muy al estilo de un pintor, pero dice mucho del escritor, tienes ternura, compasion y mucha imaginacion, a mi me ha gustado y dejado un dulce sabor al terminar de leer tu creacion***** EUTOPIA
 
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