Escrito el 09-08-2006
(Editado)
Las luces fueron prendidas por última vez, al final de un día común. Aprendiendo que hay pasos que crean ausencia, caminaron junto a él, extinguiéndose dentro de la habitación.
La sana muerte -que invitada fue-, se negó a seguir, -¡Esto no es lo mío!-, -dijo en calma, un poco amarga- luego de por debajo de la alfombra, preferir huir.
La cama guardó todo el silencio posible, cuando el colchón gritaba: ¡por qué a mi, no me utilizó! Y una cuerda, a quien nadie consideró, lloraba inconsolable, en la última repisa del almacén del barrio, a cuatro cuadras del edificio.
De pronto, un arma apresurada se movía excitada en el cajón, y la muerte vil -que sí se quedó- le prohibió cualquier tipo de intervención. Calmada aquella rebeldía, ordenó al viento ajustar su mejor soplido, llevarlo hacia la ventana y alistarse a dar exactitud, a tal fatal cometido.
La ventana reía enmarcando el escenario, y aquel que un día fue niño, iba caminando, tras saborear sus breves últimos minutos.. ¿ansiedad o ansiosa libertad era lo buscado?
Catorce pisos de desesperante espera directo al vacío sobrevinieron, dicen que pasan muy lento para poder contarlos.
Y mientras todos, entre gemidos cómplices seguían, el golpe astiado dijo: -¡Ya basta! -, acercándole a Juan Carlos, los últimos ladrillos.
Y yo, el suicidio, salí cuando me timbró el celular. Estaba esperando en la cantina de enfrente y cuando ví lo que veía siempre, sólo dije en voz baja, contemplando sin sentimiento al ahora humedecido ausente: "Nada de esto tuvo sentido, estoy harto ya, de trabajar bajo esta maldita trampa". |