1997...Año importante para Chile, el cometa Halley hacía su visita esperada después de setenta años; Cecilia Bolocco era coronada como la primera Miss Universo criolla; y el Papa Juan Pablo Segundo tocaba por primera y única vez esta angosta porción de tierra al sur del mundo; mientras el gobierno de Pinochet aprovechaba sus últimos meses en el poder.
Paralelamente, en una población santiaguina, una sencilla familia miraba los hechos en su primera televisión Sony a color de 14 pulgadas.
Maxi, el vecino cuico (adinerado) del pasaje, repartía casa por casa una extraña bolsa con agua.
Al rato llegó con ella a la morada de Marcela
• Hola Marce
• Hola Maxi. ¿Qué llevas ahí?
• Ando repartiendo mis pececitos
• ¿Todos los de tu manso acuario?
• Sí.
• Es que nos vamos de la casa
• ¿Cuándo y a dónde?
• Mañana mismo y todavía no se a qué lugar, pero mi mamá dice que no puedo llevar a ninguno conmigo
• Así que. aquí tienes….
Y la niña sin pensarlo tomó la bolsa plástica y vio en ella vida, y las miradas del pez y la chiquilla se unieron para formar un lazo de amistad.
Como no había mucha plata en la casa, el pececillo tuvo que pasar de la gran pecera iluminada y decorada a una fuente plástica vieja y medio manchada, de color naranja.
Hay que ponerle un nombre a este pesca’o, decía la mamá.
Marcela recordó la canción de un programa infantil que decía: ..Yo me llamo Andrés y soy un pez....
Entonces quedó bautizado como Andrés el Pez
Cada día la chica y su hermano Luis se acercaban a la fuente para llamar a Andrés, el que acudía a la superficie moviendo sus ojos saltones y su boquita tierna.
• Estoy segura que entiende, creo que es súper inteligente, decía Marcela
• ..Sí, y hambriento ha engordado un montón desde que llegó, contestaba su hermano
• Y cómo no va a engordar, decía la madre, si ha comido todos los gusanos que vienen en los choclos.
El padre, reacio a los animales, no emitía muchos comentarios sobre la nueva mascota hasta que un día se acercó al mueble donde se posaba la fuente y dijo en voz alta:
..Este pesca’o es leso ni salta, si todos los pescaditos saltan.
Cuando el hombre volteó, Andrés pegó un salto de casi 50 centímetros, cayendo en el viejo suelo de madera del comedor. Todos boquiabiertos se acercaron al rescate, pero fue Luis quien con sus manos recogió al pez y lo devolvió a su casita de agua.
Cuando llegaba la noche Andrés, que ya se había ganado el respeto de todos e incluso del padre distante, se escondía debajo de las plantitas de su fuente para dormir, cada noche Marcela se despedía de él y le arrojaba un beso sobre las aguas.
Una mañana cercana a diciembre la niña bajó las escaleras, un mal presentimiento se alojaba en su corazón, fue directamente a la fuente, pero antes de llegar a ella se encontró con una horrible escena, el cuerpecito de Andrés yacía en el suelo y ya nada se podía hacer.
Saltó por la noche, dedujo la niña, tomando al pececito en sus manos transpiradas y mirándolo con sus ojos llenos de lágrimas dejo caer, sin querer, una lágrima sobre el cuerpo de su mascota. Después de un parpadeo Marcela con el corazón apretado pudo distinguir que el pececito se movía lentamente, tiritando lo devolvió a la fuente sin dejar de observarlo y pidiéndole a Dios que hiciera un milagro.
Marcela seguía observando la humilde pecera, Andrés no se veía, había quedado flotando debajo de las improvisadas algas.
• Vuelve Andrés, repetía la mocosa.
Los minutos se le hicieron eternos, el llanto le estalló en un grito, y fue justo ahí cuando el pececillo salió nadando como si nada hubiera pasado, la niña gritó de felicidad y corrió a despertar a su familia para contarles lo ocurrido.
Dicen que desde aquella época Andrés sigue en la casa de Marcela, y aunque la familia ya no está completa porque su madre partió al cielo, el pez sigue acompañando a la antes niña y ahora mujer, ¡y sí aprendió a brincar en el agua sin caerse al suelo!
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