… Viajaban apenas con lo justo, y en ocasiones como esta, ni siquiera con eso, aquella tarde al llegar finalmente a la plaza Catalunya lo único que les quedó fue mirarse a los ojos y comerse a besos, el trayecto había sido particularmente cansado, -la distancia se duplicaba ciegamente cuando careces de dineros-, la sonrisa sin embargo permanecía firme en sus rostros y ante el menor coqueteo ella aprovechaba para arrimarse a su cuerpo, para enlazarse a su cintura, para rodearlo con su abrazo; con una locura rayando en lo insano lo habían hecho a plena luz y a pleno campo;esas eran las locuras, aquellas las libertades que se tomaban, la España de los ochentas era su mayor cómplice, la madre que después de endurecerse durante décadas abría de par en par las frivolidades.
Caminaron después por las Ramblas, asidos de las manos como dos enamorados, entonces el verano hacia mella en sus cuerpos, había calor sin duda alguna, llegaron al pequeño bar que les cobijó, y allí sentados bebieron cervezas olvidándose por un momento del descaro que asumirían al no tener con que pagar los tragos.
Jamás imagino que veinte años después se asomaría por esa misma puerta asido de la mano de su mujer, mucho menos imaginarse que tuviera ya dos hijos, que finalmente había concluido una carrera, que inusualmente se había convertido en un profesionista exitoso y que podría pagarse los tragos con una tarjeta dorada.
-¡Que pinche vida!-
Habría gritado vos en cuello si en aquellos días le hubieran presagiado este final.
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