Cuando beses, hazlo así,
besa de verdad, sin reticencias,
con toda la boca, con la lengua.
De eso se trata, de besar
con los labios y la lengua.
Besa de manera que sientas
que se derriten tus entrañas
y se te desmoronan los huesos.
Besa como besa una mujer,
no como una colegiala
que fantasea por las noches
con su profesor de gimnasia.
Besa como la hembra que eres.
Cuando te entregues
al hombre que amas,
llévalo a tu cuarto,
despójate de la ropa,
acuéstate en la cama,
abre las piernas y pídele
–suplícale, si es necesario–,
que te haga el amor
con fuerza y dulzura.
Y si no resultare así,
nada queda por hacer,
nada mejorará la situación.
Sólo intentarlo otra vez.
Cuando dice que me amas,
no me lo puedo creer.
Y no me creerían si lo cuento:
que en todo este inmenso mundo
tú me elegiste a mí.
Cuando ames, si es que
necesitas amar otra vez
ama como me amaste,
besa como me besaste,
entrégate como te entregaste.
Interpreta tu papel como hoy,
en esta vida que se te dio.
Con la dignidad de ser mujer.
Para Lucecita, en esta noche de otro diciembre, cuando ya transcurrimos por un nuevo verano.
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