Documental del ataque de un monstruo



Las paredes lloraban y absorbían el aroma a hostilidad que se irradiaba.
El pequeño engendro se imponía mostrando, por mil y una veces, su millar de limitaciones. La dama solo atendía, procurando ser ruda para enfrentarlo. Pero el miedo se escapaba por sus poros.
Nublaba mi mirar y su belleza, como siempre, ese ángel majestuoso, esperaba mientras sus yagas viejas y dolientes eran espectadoras de cómo su cuerpo se iluminaba por los orificios de las nuevas heridas que en el nacían. Sentía como sus pies se mojan por las lágrimas que se rehúsa a derramar a causa de mi presencia. Pero de todas formas las veo, los estrechos caminos formados por la sal que escurre, cual manantial, de sus ojos con un triste reflejo escarlata.
¿Cuanto más se puede hacer sufrir a un ángel, cuando las heridas no dejan ya enseñanzas, solo cicatrices?
La dama vuelve a su cuerpo, cruza la realidad, y pisotea su dignidad, maquilla sus lágrimas y sus palabras. Me mira y mientras trabaja una imposible sonrisa sus labios se quiebran. El engendro, limpia la sangre que brota de su boca y sus manos, se viste de lino para mostrarse a la multitud que lo adora y entregarse al dios que gobierna su cordura. Y el ángel solo es capaz de mirarme, irradia vergüenza, rabia, desesperación. Acaricio sus cabellos y beso su mejilla. La dejo contando sus cicatrices que de apoco forman su armadura, y cubren sus alas. Sus ojos brillantes se apagan con miles de preguntas como siempre que el engendro se impone, y yo nuevamente no encuentro la forma de contestarlas. Y entonces me llevo un pedazo de la sombra de su tristeza…