Aquel que la conociera, sabría de los cascabeles de su voz, captaría esa vibrante energía que amenaza con desbordarse de su menudo cuerpo, se fascinaría con su sonrisa generosa y ya no querría separarse de ella, seducido por su amena conversación, por su entonación elegante y por esa atracción que ejerce, como si fuese una pequeña sirena citadina. Ella es luz, vaya que lo es, es consuelo y es determinación. Es abnegada y solidaria y al conocerla, como yo la conozco, uno se preguntaría, ¿quién repartió los dones con tanta arbitrariedad, que la privilegió, colmándola de ellos?
No, éste, no es un discurso como los que se le brindan a los compañeros de oficina que cumplen años, no es como esas palabras que se pronuncian al que emigra, al que se fue definitivamente de nuestro lado. Este homenaje se lo rindo a una mujer que encendió una lamparita en mi corazón, un cirio acaso, que al principio titilaba con la menor brisa y que poco a poco ha logrado iluminarme con flama robusta y mantenerme en un estado de fascinación permanente. Pero eso, entra en el ámbito personal, que no viene al caso hacer mención acá.
Anúa, Anita María, mujer. Un nuevo año viene a su vida para quedarse fascinado con aquella a la que engalana y cuando aparezca otro, para sucederlo, recibirá las buenas recomendaciones del saliente, que se habrá ido en puntillas y con una tremenda nostalgia en su alma calendarística. Como lo hago yo, como lo hacemos todos cuando perdemos una preciosa porción de tiempo al no estar a su lado…
Feliz cumpleaños, Anúa (Anita María)
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