No es por la partida constante, aquello de sentir que te extraño, ya que tú no existes, y bien lo sabes. Mucho menos por la terca espera de esta vida que sube y baja por mis rebeldías. Un día amaneces al lado de mi almohada y por la noche, simplemente llegas vacía.
Tal vez, -me lo han dicho-, sea el peso del alma que llevo dos veces, o la estúpida pretensión de verte y apagarte, en un programa de TV frente al sofá de la sala. Soy feliz entre lo sublime y lo superficial, caminando, te dibujo.
Con cada canción, con cada encuentro planeado o sorpresivo, te formé entre mil retazos de mujer y fui capaz de imaginar en cada espacio, tus ojos, tu piel, y la forma exacta en que tu cabello al viento viene de izquierda a derecha, junto con esa enorme sonrisa que tanto me conquista.
Tu forma de pensar, la selección de tus palabras, el tejido de tus ilusiones, y por cierto, tu cariño imaginado, se nutrieron siempre de sonrisas interiores. A pesar de existir, tan sólo en mi mirada congelada, a veces vivo claramente tu recuerdo.
Cuando te presentabas, en alguien que conocer intentaba, no podía seguirte lejos; pronto cai en la cuenta, que extraño el que no seas tú, alguien, exactamente.
Y de vez en cuando, cuando te encuentro en un poema descrita, cantando, riendo, en la calle, acompañada o sola, o a veces comprando, y como sea, cuando siempre te encuentro: el reflejo de la nada, logra ese pasar por alto el cosquilleo, en el momento exacto, para dejarlo todo ahí, sin más.
Te veo en mil rostros y mil voces aparecer, pero prefiero extrañarte, como hoy y como todos los días. |