No pretendía ni mucho menos revivir en mi mujer pasadas melancolías, sin embargo como la vez primera, La Sagrada Familia volvió a no tener madre, dicho con el mayor respeto y desde luego en la metáfora de grandeza que ¡Madre¡ tiene para los mexicanos, por mas vueltas y vueltas que le daba en mi cabeza no acertaba a comprender toda aquella belleza, habían pasado casi veinte años, habían ocurrido hechos tan cruciales como la caída del muro de Berlín, y la construcción del muro de México con USA, y aquel templo seguía construyéndose a si mismo, seguía ascendiendo hacia el cielo con la majestuosidad necesaria para constituirse desde mi perspectiva en el “Templo” del universo, justo el día de hoy la noticia: Gaudí a la beatificación.
Mi mujer en su mejor papel de turista, jamás antes la había visto tan entrada en este asunto de la turisteria, en sus manos un folleto escrito y en sus oídos los audífonos de la guía transmitiéndome a su vez cada nuevo descubrimiento, “qué las imágenes de la puerta representan tal y tal…qué el cristo encadenado a la entrada significa tal y tal…, qué la última cena, qué el beso de Judas”, y yo viajando decenas de días en el tiempo.
…Pocas pelas, algún duro en los bolsillos, la alegría de verte llegar una mañana cualquiera en este cielo que lastima las pupilas de tan azul y de tan límpido, sentados a las afueras de este templo que podría contemplar horas y horas, ese cristo musculoso que vigila la entrada, ese rostro que se me antoja demasiado rectangular, demasiado poderoso, demasiado piedra, esas torres que se elevan hacia el cielo, ahora lo sé 65 metros, en ese momento solamente hacia el cielo, y entonces tu abrazo a mi cintura, y tus manos que lo repasaban todo, y tu voz con el ceceo de España, y mi risita remedándote y mis bigotes (porque recordaras que entre otras cosas tenia bigotes), el infaltable vino en mis manos.
Este templo de la Sagrada familia, que lo ha visto todo en mi vida, aquel pasado en el que literalmente vivía al día, aquel en el que tu presencia lo abarcaba todo, el sueño, la entrega, aquel pasado en que podías despertarte un día a mi lado y que podía al día siguiente sencillamente dejar de extrañarte.
Desperté (tenia que hacerlo necesariamente), y como en aquel diminuto cuento de Monterroso… repito:
Desperté, y mi mujer todavía estaba allí.
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