URQUINAONA, menudo nombre para una estación de metro, descendimos sin prisas pero con la emoción contenida en el rostro de mi mujer durante los últimos 25 minutos; caminamos unas pocas cuadras y ante nosotros la plaza Catalunya, y entonces fue como un disparo que me devolvía casi 20 años atrás, una mochila al hombro, y sobre todo otra compañía, la confrontación inmediata de lo que era en este momento y la añoranza de aquella juventud, de aquel que a la distancia se me aparecía como otro, como alguien ajeno a mi. La Barcelona de las andanzas nocturnas, el tinto que se apetecía lleno de vida y gozo, las largas y prolongadas caminatas por las Ramblas, la presencia grata de aquella mujer que todo lo compartía, el silencio en su mirada, las risas, cómplices de tardes compartidas, el despertar de una España dormida, del norte católico a mas no poder, de la Navarra que solamente hacia gala de descaro en las fiestas de Pamplona para después caer nuevamente en la nostalgia por una republica que poco a poco tenia que ir despertando. El cine porno y nuestras miradas furtivas, y en aquel tiempo Barcelona había sido ese abrir los ojos, ese compartir lado a lado la experiencia innegable de imágenes de hembras y machos, de múltiples acometidas.
Mi mujer exclamaba asombros y festejos, caminamos claro esta por esta Plaza inmensa entre el bullicio de esta gente que parece no querer detenerse un solo instante, la luminosidad de tanta fiesta, las Ramblas que se antojan cercanas y festivas, tal ves en este mismo sitio en que estoy besando a mi mujer, bese a la otra, puede ser. Puede ser también que esta misma sonrisa que estalla en el rostro de mi mujer, estalló también en aquel otro. Veinte años entre un pasado y este que pronto será también pasado, veinte años de vestir pantalones de mezclilla, roídos estos y los otros. Bebemos un tinto en un lugar de tapas, tomamos fotos digitales antes inexistentes, probamos algunos pinchos, y en mi cabeza la incertidumbre que comienza dando vueltas: qué habrá sido del teatrito porno, qué habrá sido de aquellas mujeres y hombres entregados a la lujuria y al desenfreno, qué habrá sido de aquella sonrisa cómplice, de aquella entrega sin resentimiento, de aquel joven que poco a poco se fue quedando sordo, y ciego, qué habrá sido de aquel hombre que ahora mismo estoy confundiéndolo conmigo mismo.
|