“Este año no creo que tenga que regalar muchos libros, porque he decidido que a mi mujer le voy a comprar un quimono”. Le dijo el invitado al locutor de la radio. Así que tuve que apagarla asqueado de ese programa de la tarde. De verdad, ¿no hay otra cosa?
Son las cinco y media. El reloj parece que va marcha atrás. Sólo sesenta minutos mas y estaré fuera de este estercolero. El de enfrente habla por el móvil con algún chupatintas de recursos humanos ofreciéndole un trabajo nuevo. ¡Será imbecil! Antes ha estado hablando con su novia durante 15 minutos. ¡Menuda subnormal! Se le oía el hilillo de voz de fondo diciendo nada más que horteradas de mojigata recién enamorada. Y éste con una cara de palo que no veas, seguro que por su cabeza solo pasa el tirársela de vez en cuando.
Mas allá, un tío gris, muy gris. Va con traje pero como si fuera en bermudas, es invisible al resto de la oficina. La gente pasa de él. Aunque intenta ser amable con los demás, no es más que un pobre diablo. Me cae bien, a pesar de que ignore su insignificante existencia. Acaba de utilizar la palabra “cuadratura” sin ningún sentido. Que lástima me da. Se va a fumar. El ennoviado, también.
Por fin solo. Oigo ruidos en la entrada. Cajas arrastrándose al son del empuje de la fea recepcionista. Pasa un tío calvo y gordo. Silencio. Espera. Se oyen voces. Alguien baja. Espera. De nuevo voces. Parece que no viene nadie. Abro lenta y sigilosamente el cajón mientras nadie me ve. Pasa la fea recepcionista. Cierro de golpe el cajón. Espero impacientemente a que vuelva a pasar de vuelta. Tiene que hacerlo. Ahora. Está con el móvil hablando con una tal Marga. Otra fea, seguro. Bueno, yo a lo mío.
Parece que, por un instante, cesan los ruidos y el devenir de empleados, y vuelvo a abrir el cajón. En un segundo, saco la botella de ron y le doy un trago largo. ¡Mierda! La fea paseándose. Por suerte no me ha visto. Vuelvo a beber. Este trago es mas largo aún si cabe. Me dan arcadas. Me lloran los ojos. Aguanto como un campeón. No me han pillado. Sonrío como un chiquillo travieso. ¡Estoy en plena forma!
Me llega un mail de mi jefe de no se que de una reunión mañana viernes. Dejo de sonreír. ¡Manda cojones! A mi me da igual, pero odio las reuniones, todos con cara de tener mucho trabajo y en realidad lo que desean es tirarse los tejos los unos a los otros vía mail o jugar al solitario, así de triste somos en este presidio remunerado. Supongo que alguno alegará que no puede acudir porque celebra estas fiestas con la familia de su horrenda mujer en el pueblo, como todos los años. Y me río en mis adentros de mi jefe, el engominado, que va de tío importante y no se entera o no se quiere enterar de que la asquerosa de su mujer se ha tirado a medio departamento comercial.
Suena mi móvil. ¡Coño, alguien me ha mandado un mensaje! ¿Será publicidad, como siempre? No, peor, mi hermana pequeña. “Mñna cna cn la fmlia en ksa d ls viejs. Traet a tu nvia, jeje. Bss” ¡Dios, no aguanto mas!
Odio las navidades, odio este frío invernal, odio la Plaza Mayor llena de inmigrantes y carteristas imberbes, odio que mis padres me hagan ir a verlos. Suena el teléfono. ¿Si? Vale, vale, ahora te lo mando por mail, estoy terminando de retocarlo. Y éste, ¿de que mierda de informe me esta hablando? Ni idea.
¿Dónde estaba? Ah, ya recuerdo. Vuelvo a abrir el cajón… |