La señora Pato estaba cuidando de sus patitos en la charca cuando de repente escuchó un estruendo mas allá de los matorrales, y a continuación vio cómo una enorme llama de múltiples colores se abría paso entre la oscuridad de la noche.

Puso a sus patitos a buen recaudo, o al menos eso creía ella. Fue corriendo a ver que ocurría. No quería levantar el vuelo ya que algún zorro merodeaba por allí con tanta hambre que incluso se oía su estomago a kilómetros.

Cuando llegó al lugar en cuestión, vio algo que nunca había visto. Una especie de carro tirado por unos enormes animales había aterrizado en medio de un charco de fango. Los animales no paraban de gritar y lamentarse, mitad dolor mitad vergüenza, ya que estaban cubiertos por el lodo hasta las ramas que les salían de la cabeza. El carro, de color rojo brillante y con unas líneas doradas en los bordes, parecía atrapado y a punto de hundirse. Esparcido por el suelo, multitud de cajas con papel de colores y cintas fluorescentes yacían abiertas con un montón de aparatos y objetos muy extraños saliendo de ellas.

La señora Pato no daba crédito a lo que veían sus ojos cuando de detrás del carro salió un humano enorme con las mejillas rojas y doliéndose de su espinazo. Vio al pequeño animal, sonrió y le dijo: “¡Jojojo! ¡Feliz Navidad!”

Cuando la señora Pato estaba a punto de salir despavorida, el humano enorme, de gran barba blanca y gran barriga roja atravesada por un cinturón negro con hebilla plateada, de dijo: “No te vayas por favor. Necesito tu ayuda” Le explicó quien era y lo que estaba haciendo antes de que uno de sus renos (esos enormes animales de ramas en la cabeza) tropezara con una estrella, perdiera el paso y se precipitara hasta la tierra mojada. El caso es que el barbudo necesitaba volver a poner todos los aparatos dentro de las cajas, envolverlas con los papeles de colores, cerrarlas con las cintas fluorescentes, volver a ponerlas dentro del carro (al que llamaba trineo) y seguir su camino para darle todos esos regalos a todos los niños del mundo.

La señora Pato no sabía que hacer ni cómo podía ayudar, cuando de repente, de detrás de los matorrales, aparecieron todos sus patitos. Aunque impresionados por el tamaño de aquella persona, no dudaron ni un instante en ayudarle de cualquier manera. Y se pusieron manos a la obra. Unos metían como podían los regalos en las cajas, ayudándose con la cabeza. Otros hacían lazos con sus diminutos picos, uno se ponía en el nudo y otro daba vueltas piando alegremente. Tal era el jaleo que montaron, que los demás animales de la marisma se acercaron y se pusieron a ayudar en cuanto conocieron la historia del humano gordo y alegre. Flamencos, gansos, cisnes, perdices, todas las aves estaban allí hincando el pico. Todos menos los pavos, demasiado preocupados con su enorme moco rojo. Incluso los zorros, comadrejas, hurones, conejos, todos ayudaron a sacar a los renos y al trineo del fango.

Cuando el trineo estaba preparado para salir, ocurrió lo inesperado. Los renos no podían moverse, tenían demasiado frío, había permanecido mucho tiempo metidos en el gélido fango. El humano estaba destrozado hasta que la señora Pato le dijo entre graznidos: “Nosotros te llevaremos a donde tengas que ir” Montó a sus patitos en el trineo, al lado del humano, donde más calentito se estaba, y ella y todos sus compañeros se amarraron al trineo. Levantaron el vuelo de forma torpe pero eficiente, y pusieron rumbo a todos y cada uno de los domicilios de la tierra donde al día siguiente, los niños del mundo rieron, jugaron, se divirtieron y cuando se juntó la familia alrededor de una gran mesa, comieron pavo.

El señor Pato