Cruzamos la alambrada. Los pies me sangran, se desnuda mi voz.
Con tanto calor inhumano, con tanta embriaguez loca. ¿De qué nos quejamos?
Una vez él, otra vez tú. Al final no me importa nadie. De todas formas, todo parece de papel y se rompe, incluso mi centro. Al atardecer mi inocencia. La poca cordura, el respiro.
Dios, por qué me has abandonado?
En noches yo escuchaba tu voz dicendo mil cosas bonitas. Hay días en que ni siquiera el susurro del viento me ayuda a oir.
Me viste con los ojos cerrados, me miraste seco, maltratado.
Ahora me duele más profundo. Ahora duele como si todo el odio del mundo hubiese hecho nido en mi pecho.
Bastardo