La vida, entre todos los posibles caminos, era lo que había elegido.
Tal vez no fuera la mejor apuesta posible en sus circunstancias, lo sabía; pero por eso se decidió, porque era una jugada que nadie esperaría y que, en caso de salirle bien, le reportaría innumerables beneficios.
Mientras otros se decidían por caminos más o menos conocidos, apuestas casi seguras, con pocas ganancias, ella había elegido el camino de la vida. Atrás dejó a Lucifer, camino del Infierno, a Gabriel, camino del Cielo, a tantos otros que habían jugado con ella a esta partida cuya recompensa era la realidad misma.
Creó vida, la dotó de una personalidad definida, les dio mundos que modelar a su antojo, les dejó libre albedrío. Y por un instante, unos milenios, parecía que ella iba a ser la ganadora. Pero entonces todo se torció; llegó a la Tierra un tal Jesucristo, un jugador de última hora en su gran juego, y embaucó a millones, tantos o más como lo habían sido, y lo fueron, por otros jugadores como Mahoma, Buda, Ra... Lo que no sabían los otros jugadores es que ese tal Jesucristo era una invención de su mente, una trampa creada para tener varias opciones en el juego. Y así ella, Yahvé, triunfó- o al menos eso parecía- durante otros milenios...(porque lo que ella no sabía era que Mahoma, Buda, y otros, eran invenciones de otros jugadores en la gran estrategia universal).
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