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Siempre que entro en el ministerio pienso en lo mismo. “A ver si me encuentro hoy a uno de esos que dicen que existen”, me pregunto constantemente. Pero aunque lleve mucho tiempo aquí, he de reconocer que aún no he visto a esa rara especie, probablemente en vías de extinción, que se solía conocer como “el funcionario triste”.

Porque no hay ni uno. Desde que me dedico a analizar todas las cosas que ocurren a mi alrededor desde una perspectiva tan lejana como próxima, veo que la gente que trabaja aquí tiene el cielo, o lo que yo entiendo como tal, ganado. Y si no es el cielo, tienen la vida resuelta. Bueno, a decir verdad, no se que pasará con ninguno de ellos cuando se jubile o se vaya de aquí, pero yo vivo el presente y su presente es envidiable.

Yo trabajo en el departamento de informática, donde debido a la constante evolución de la tecnología, la gente parece que está un poco más estresada. Realmente creo que no saben lo que es el estrés en sí, supongo que para ellos es estar un poco agobiados, lo que un broker de la bolsa entiende como un día extrañamente apacible. Yo tampoco tengo un estrés acuciante, quizás es por mi falta total de responsabilidad y ética de trabajo, nací con esa virtud, pero me noto preocupado después de tres días delante del mismo folio lleno de términos que se supone que entiendo y que me siguen pareciendo que están en chino. Y sigo sin hacer nada para que eso cambie, dentro de poco dejará de preocuparme y entonces será cuando llegue al estado mental y físico del funcionario.

Porque realmente, tal y como está montado el sistema, es imposible que toda la gente que trabaja en un ministerio carezca de trabajo suficiente como para andar preocupado. Nadie aquí lo está realmente. Si lo está, no es por cosas laborales, será porque su hijo tiene anginas, su marido trabaja demasiado como autónomo o porque el Madrid de Capello no acaba de jugar bien. Y no me creo que todo esto funcione sólo con el trabajo de los cuatro adjuntos del ministro. Y tampoco creo que esté todo inventado y funcione como una máquina bien engrasada.

Creo que funciona porque todos tienen poco trabajo y ganan más que los que no vivimos en este estado de felicidad infinita. Horario fijo, trabajo sencillo, principalmente papeleo, sueldo muy bien remunerado y con estabilidad salarial. ¿Qué más se puede pedir? Algunos dirán que han aprobado una oposición durísima. Pero lo dicen muchos mas de los que han pasado por ese sencillo trámite. Porque hay gente que estudia una carrera y un doctorado durante muchos años y se pasa el resto de su vida con un sueldo de mierda. El sistema no está bien hecho, definitivamente.

Envidio a esta gente, me he dado cuenta esta mañana cuando me tomaba un pincho de tortilla en la cafetería. Mientras comía apresuradamente, les miraba a los ojos y en todos y cada uno de ellos veía un brillo que no tenemos el resto de los mortales. Cuando estás enamorado, los ojos te brillan como soles, pero es un brillo caduco, como el amor. El brillo de los ojos de los funcionarios es un brillo viejo, permanente, gastado de estar ahí, es un brillo que lleva ahí desde el día que entraron por el arco de seguridad del ministerio. No es intenso, pero siempre presente, nunca se consume. A todos los enamorados nos gustaría que fuera así el brillo de nuestros ojos cuando le miramos después de tantos años. Puede que veas a un funcionario triste, enfadado, quizás no tenga un buen día, pero el brillo sigue ahí. Ganan en belleza por el solo hecho de mostrar tanta paz interior, porque deben ser personas muy tranquilas. Excepto uno que conozco yo, no he visto a ninguno cabreado desde que estoy aquí, y porque ese tío es un amargado, parece que la empresa es suya…
En fin, que, resumiendo, yo quiero ser como un funcionario. Hoy me han dicho que lo que a mi me gustaría sería trabajar en un faro vigilando que la luz no deje de dar vueltas. Y me ha encantado la idea. Debe ser lo mas parecido a ser funcionario. Tendría un huerto con tomates y lechugas, un olivo para las aceitunas y una caña de pescar para los atunes, así me podría preparar una ensalada mixta todos los días. Cuidaría de unas gallinas a las que les engañaría con el “¡pitas pitas!” y les robaría los huevos. Y la que se ponga tonta… ¡a la cazuela! Me haría amigo del carnicero y le cambiaría chuletas por revisarle el ordenador de vez en cuando.

¿Por qué las cosas no pueden ser así de sencillas? ¿Por qué nos complicamos tanto la existencia? ¿Acaso no es todo ya lo suficientemente complejo como para que nosotros insistamos en ver las cosas más difíciles de lo que en realidad son? ¿Quién era mas feliz: el primitivo que se valía de un hacha hecha a mano y un taparrabos o una persona como yo, que escribe en un portátil y tiene un coche esperándole en el aparcamiento de la parada de metro para evadirse de la polución?

La pregunta definitiva que me hago a mí mismo es siempre la misma, sigo sin poder contestármela, y me hace sentirme angustiado y agobiado. Yo me pregunto:

¿Quién está mal? ¿El sistema o yo?

Texto agregado el 03-01-2007, y leído por 111 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
03-01-2007 Hijo mio, acabas de soltar mas verdades que por mi te levantaba un monumento. Mi tio es funcionario, trabaja cinco horas, le acaban de ascender por no hacer nada y sonrie mas que Dios. Si ej que ta mu mal repartio el mundo. Te acabas de ganar ***** estrellitas. Galathea
03-01-2007 Al sistema hay que adaptarse. Si no lo haces te come. Poetacacho
 
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