Cerré los ojos, y vi tu imagen sobre mí. Abrí los labios para decirte algo, no sé qué cosa pero callé. Fantasmas difusos de tu cuerpo y el mío se tocaban entre la bruma y el vacío. Sentí tu tela conteniendo el placer, mientras mis manos buscaban romper el silencio que había en tu cuerpo que me esperaba, ansioso por ese encuentro que nos aguardaba después de tanto y la distancia.
Era tu cabello atado, tu boca hambrienta de mis besos y tu piel ardiendo, lo que me decía que estabas realmente ahí después de todos los sueños acumulados y ya desgastados, rotos. Imágenes traslúcidas, aromas vagabundos que habían estado sobre esta cama, altar de rezos y rituales amorosos nunca compartidos. Sentí tus uñas clavadas en mi cuello, nuestras piernas entrelazadas jugando al amor.
Todo en nuestro encuentro eran fantasmas difusos que algún buen día nos pertenecieron, sombras fugaces de otros ayeres, de otros encuentros y de otros amores como los nuestros, perdidos en la línea torcida del tiempo que atrás quedó rezagado solo viendo, como nos alejábamos el uno del otro, para unirnos de nuevo cada noche, ansiosos por encontrarnos postrados y empapados de esas ganas que todavía compartimos, después de todo.
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