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Se ilusiona fácilmente con las cosas, en seguida se pone manos a la obra, y nada para su obsesión hasta que ve el asunto en cuestión encaminado. Sin embargo, siempre lo deja a la mitad, a veces un poco más, a veces un poco menos… Pero el caso es que su obsesión mengua con el paso de los días. Si no es un libro es una carta, la cual escribe, mete en un sobre, pone el destino - que nunca el remite-, lo cierra… y ahí se queda la carta por falta de ganas de ir al estanco a por un sello. Días después la carta es guardada, ¿por qué? Porque ese día toca ordenar el despacho. Y no ordenar de dejarlo todo colocado no, ordenar ordenar. Cada cajón vaciado y limpiado, enviando de vacaciones definitivas a algunos de sus ocupantes, aquellos que hacía mucho había olvidado y que se da cuenta que están allí quitando espacio a otros maravillosos inquilinos que necesitan vivienda.
Al cajón la carta.
Pero hay cajones con los que está más tiempo de lo normal, esos en los que se encuentra con viejos inquilinos. Pero que sean viejos no les quita el derecho a seguir allí. No, el ser viejos les da un estatus diferente, ser veteranos. Y ello conlleva una nueva colocación y más espacio en su habitáculo. Y en su pensamiento también.
Un par de fotos guardadas con prisas – como la carta-, un Cd grabado por Leire que ni recordaba estaba allí, unas monedas que se trajo como souvenir de su segundo viaje a Suiza, el que hizo con Marta; las notitas que se enviaba con sus compañeros de clase, su diario, ése en el que hace demasiado tiempo que no escribe, parece que la sociedad informatizada le ha hecho olvidar lo que es un papel y un boli. Hay otros muchos objetos dentro, sabe que en su día tenían un significado especial, pero ya lo ha olvidado. Aún así los vuelve a guardar, los recuerdos son recuerdos, aunque ya se hayan borrado.
Y cuando se quiere dar cuenta ya es la hora de cenar y de su serie favorita. Podría cenar algo ligero y seguir con los cajones, pero si hay algo que nunca deja a la mitad, es su serie favorita. Así que como casi siempre, otra cosa más que no ha terminado de hacer.
Al levantarse algo ronda por su cabeza, y es que siente la necesidad de mandar la carta, pero por el simple hecho de “ver” la cara que pondrá quien la reciba. Aunque… si la manda, sabe que en un par de días el placer de imaginarse esa cara de ilusión desaparecerá porque ya habrá pasado. Sin embargo… si no la manda, podrá imaginarse su cara de asombro y alegría las veces que quiera. Puede que, por una vez, sea mejor dejar las cosas a medias…
No obstante, sin darse cuenta, esa misma tarde bajó al estanco, compró un sello y echó la carta. Ya que en el fondo sabía que, si dentro de unos años volvía a encontrarse con la carta se sentiría mal. Pues seguro que, como siempre, habría dejado las cosas a la mitad y se le habría olvidado imaginarse la cara de alegría y asombro de quien la recibiese, al menos, de vez en cuando.



Texto agregado el 03-01-2007, y leído por 149 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
03-01-2007 jajajaj parece que lo concozco ..ja trotamundos
03-01-2007 ES MUY BUENO hugoalbertocl
 
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