Sentado en una celda de un calabozo en una ciudad llamada Turda , esperaba novedades tras treinta y cinco horas, seis bocadillos, seis zumos de cartón de veinte centilitros y los gritos de otro retenido, con dolor de muelas, que pedía asistencia. Impidiendo concentrarme en una estrategia para deslizar la idea de un ajuste de cuentas, y colocar el hecho en un marco de más “casualidad” donde una discusión trivial provocó diversas fracturas del demandante y salpicaduras de sangre en la ropa del demandado.
Nota: La sangre del cobarde siempre se aferra con fuerza a la ropa y se desprende con facilidad de su propietario, que no sabe como conservarla.
En fin…Once y cuarto de la mañana, en aquel sótano del cuartelillo con luz de museo y frío de laboratorio.
Unos tacones femeninos sonaron abriéndose paso con picardía entre el tintineo de las llaves del guardia y la tos de algunos.
Yo aguanté la respiración, imaginé que sería la mujer de algún detenido que rompería a llorar en cuanto tocase los fríos barrotes de la temporal estancia de su “pareja”.
Mientras, yo, fantaseaba con unas medias de color, una falda corta y unas piernas largas.
El taconeo se detuvo bruscamente, cuando ya casi me estaba volviendo loco.
Levanté la vista y allí, detrás de las rejas: El puto guardia y al lado de éste, un viejete con barba blanca, botas de punta y suela dura.
“Así conocí a quien sería mi abogado defensor”.
Me sentí tan gilipollas ante severa mirada como cualquier niñato de veinte años, con la ropa manchada de sangre sentado en un catre apestoso.
--Sal –me ordenó el guardia
--Abre la puta puerta –le ordené yo.
Al salir, el cabronazo, me dio un fuerte golpe en la nuca “camina coño”
En una sala de un piso superior me entrevisté con El Barbas y me ofreció llamar por teléfono a quien yo quisiera.
Yo me encogí de hombros, él me dio un número –Venga llámalo.
--¿A quién?
--A quien te mando hacer el trabajito, yo también trabajo para él.
--Vete a la mierda, fue un accidente –conteste
--Chaval dime la verdad que a mentir te enseño yo. Dime dos personas a las que nunca deberías mentir.
--Y yo qué sé –contesté algo mareado.
--Nunca mientas ni al médico ni al abogado, siempre saldrás perjudicado.
Gracias al diablo ganamos el caso, no me pregunten porqué, ya no me acuerdo.
|