Estaba sentada en el rincón, sin poder pronunciar palabra, la mirada perdida y lágrimas rodaban por sus mejillas...
La encontraron después de buscarla por mucho rato, en un evidente y alarmante estado de shock.
Esa mañana, todo iba bien...
Los crujidos de la madera, se hacían perceptibles fácilmente en aquel silencio, mientras estuvo sola, pudo descubrir cada rincón de ese lugar, a lo lejos una frágil telaraña en la esquina del techo, vio como la pintura comenzaba a descascararse en los muros, cómo, con el paso del tiempo, los márgenes de los cuadros se dibujaban en la pared con el polvo... encontró aquella polera que creía perdida, en el rincón, detrás del closet botada, la habitación le pareció inmensa, todo un nuevo mundo, nunca antes percibido, hubiese querido no descubrirlo de esa forma
Esa mañana, todo iba bien, su madre, había salido ya hacia su trabajo, sólo estaban en casa ella, su hermano y su padre.
Sintió la puerta y entendió que su papá también había salido a trabajar, ese día no podía ir a dejarla él a la escuela, pues tenía una reunión importantísima a la que no podía llegar atrasado, por tanto, su hermano quedó encargado de llevarla.
Fito, como cariñosamente le llamaban, tenía 17 años, era retraído, algo hosco, y de actuar muy extraño y misterioso, no causaba grandes conflictos, pero no se dejaba demostrar afectos, jamás sabían qué pasaba por su cabeza, ni los sicólogos, ni los medicamentos, nada, había logrado sacarlo de su ensimismamiento.
La noche anterior, Fito había tenido una fuertísima discusión con su padre, que no había querido darle el dinero acostumbrado para la semana, pues había comenzado a sospechar cuál era el fin último de aquél dinero, adujo algunos imprevistos; Fito no entendió, a los cuatro vientos juró que no lo volverían a pasar a llevar, maldijo a su familia, maldijo su vida, dijo que se iría, no sin antes causarles algún dolor que hiciera que “pagaran” por lo que él creía le hacían a diario sus padres. Su descontrol radicaba en el “problema” que le causaría no contar con el dinero suficiente para sus vicios, para poder juntarse con sus amigos y perderse en las sombras del alcohol o la droga.
La pequeña Ana, contaba con las atenciones que no le prodigaban a él, pues las necesitaba, había nacido con problemas en sus extremidades, lo que le dificultaba desplazarse, a pesar de ello, irradiaba una gran y envidiable fortaleza para su corta edad... sólo 8 años.
Estaba en la cama, vistiéndose, cuando Fito llegó y le dijo que se apurara, que debían irse al colegio; había estado fumando marihuana y actuaba de manera extraña. Cuando salía de la habitación, una sombra de maldad atravesó su corazón, se devolvió y se quedó con su pequeña hermana en la pieza, no transcurrió mucho tiempo, hasta que dejó salir el monstruo que había mantenido oculto, tomó por la fuerza a la pequeña, que le rogaba no le hiciera daño; la despojó de su ropa, y con la misma bestialidad, se bajó los pantalones y la embistió, Ana lloraba, su hermano, aquél ser a quien tanto amaba y admiraba, estaba convirtiéndose en su peor pesadilla, en su monstruo personal.
Una vez saciados sus malsanos instintos, bajó al comedor, tomó la botella de whisky reserva de su padre a medio vaciar, sorbió hasta la última gota, sacó el dinero dispuesto para pagar la mensualidad de su hermana y salió a la calle en dirección desconocida...
A medida que fueron pasando las horas, y con mucha dificultad, Anita se arrastró como pudo hacia el rincón más oculto.
Insistentemente sonó el teléfono, sin embargo ella nada más oía ni sentía, que los latidos acelerados de su corazón, y el camino tortuoso de cada una de sus lágrimas, hasta morir en su pequeña boca.
Para cuando su madre llegó, ella seguía en ese estado de letargo, de semiinconsciencia. Se extrañó al entrar y no verla como siempre frente a la tv, mirando la serie de monitos animados que tanto le gustaba, extraño le resultó, no ver a Fito sentado en el computador. Cuando vio que nada de aquello que ella estaba acostumbrada a ver al llegar a casa ocurría, su corazón le avisó que algo estaba mal, comenzó a llamar a su pequeña, sin embargo, ésta no contestaba, aunque la escuchaba.
Anita sintió la angustia de su madre, en cada llamada por teléfono que hizo a sus compañeritas y al colegio. Entró a su dormitorio, echó una rápida mirada, sin entrar y al no verla, bajó de nuevo.
Llamó a Fito al celular... jamás contestó.
Mientras pensaba qué más podría hacer, le pareció oír un leve sollozo, su corazón le indicó que debía ir a la pieza de la pequeña, cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, ésa que antes no había advertido, pudo observarla en aquél rincón, a medio desvestir, el uniforme rasgado, y la mirada perdida...
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