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Inicio / Cuenteros Locales / Maria_Audije / -- EL AGUA DE ZAYT --

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HACE mucho, mucho tiempo existió una joven llamada Samaí, princesa del reino de Zayt e hija de su rey, Hanat. Zayt era un pueblo amurallado rodeado de montañas y de bosques pero, a pesar de la gran vegetación que rodeaba la zona, el reino carecía de río o lago cercano del cual obtener el agua para el regadío. La mayor parte de sus tierras eran baldías y por tanto los esfuerzos de los hortelanos eran poco más que en vano; apenas algunas hortalizas y algo de maíz en cada recolecta. El rey, viendo la escasez de alimentos y la gran pobreza que asolaba a los habitantes de su reino decidió utilizar como moneda de cambio, con el reino del norte, a su bién más preciado: su hija Samaí. Hanat pensaba que casando a su hija con el joven príncipe Rodel su reino se vería beneficiado y podría establecer fuertes alianzas comerciales. Fué por éste motivo por el que la sonrisa de la princesa Samaí se borró de sus labios. Desde que su padre le anunció su compromiso con el joven, la melancolía le había cubierto con un manto de oscuridad y no hacía más que mirar por su ventana sumida en la más profunda tristeza. Apenas si comía y dormía pero, asomada al gran ventanal de su cuarto, se sentía libre. Samaí era la princesa más hermosa jamás conocida, podía embelesar a cualquier hombre con sólo una mirada de sus ojos color miel o una palabra de su dulce boca. Desde pequeña había soñado con el día de su boda: el banquete, los invitados pero, sobre todo, con su hermoso vestido de novia. Ahora el destino se había torcido y le había condenado a casarse con un hombre al que ni siquiera conocía y mucho menos amaba.

Un buen día, al caer la tarde, la princesa decidió despojarse de sus galas y, vestida como una campesina, burló a la guardia de palacio y se dirigió hasta la plaza en la que los mercaderes vendían sus artículos: vasijas de barro, cestos de mimbre, hierbas medicinales y un sinfín de alhajas doradas y brillantes que acaparaban su atención. Según se internaba en el mercado se mezclaba con sus gentes pero, temerosa por llegar a ser reconocida, decidió que lo mejor sería alejarse del pueblo. Andubo errante durante unos minutos; minutos que le valieron para pensar sobre su futuro y sobre lo desgraciada que sería al lado de un hombre al que no amaba. De pronto unos lejanos y melancólicos arpegios de guitarra llamaron su atención. Provenían del interior del bosque y tal era su curiosidad que no dudó en buscar el origen de aquel sonido.
Entre los árboles pudo observar como, a lo lejos, un joven tocaba habilidosamente la guitarra al pie de una pequeña hoguera. La princesa intentó acercarse para observarle más de cerca cuando pisó una rama y el joven la descubrió.

-¿Quien eres?- se sobresaltó
-Yo...-titubeó la princesa-lo, lo siento, te escuché tocar y quise saber de dónde provenía tal melodía.

El muchacho le invitó a tomar asiento a su lado y no dudó en compartir su cena con ella.

-Sólo puedo ofrecerte algo de pan y un trozo de queso- se disculpó- Me llamo Dairín, ¿qué te trae por aquí?

La princesa, hechizada desde un primer momento por el encanto del joven, no dudó en contarle la verdad. Dairín escuchaba atento cada palabra.

-Siento todo por lo que estás pasando, princesa. Ojalá pudiera ayudarte...pero como bién dices...es la decisión del rey.

A pesar de su tristeza, decidieron pasar la noche riendo y bailando al son de la guitarra, bañados por la luz de la luna.

-He de regresar Dairín, mañana vendré a verte
-Sé que es una locura Samaí, pero presiento que nuestros corazones se cruzarán algún día-dijo acercándose a ella y besándole dulcemente en los lábios

Y tal y como predijo el joven: sus encuentros nocturnos a la luz de la hoguera hicieron que sus vidas se acercaran cada vez más hasta que, un buen día, la princesa le confesó el amor que sentía por él y lo mucho que sufría al saber que no podrían estar nunca juntos. Sus cuerpos se encontraron, se despojaron de todo temor y bajo el manto de la luna, en la espesura del bosque, se amaron toda la noche. A la hora de la despedida Dairín tomó fuertemente la mano de la princesa. Le dolía imaginarse su vida sin ella. Entonces la miró a los ojos fijamente

-Samaí, estoy seguro de que te amo y quiero pasar el resto de mis días a tu lado. Conozco un lugar en el que eso sería posible ¿quieres venir?

La princesa, sin pensarlo, asintió con gesto curioso. El joven la guió por un pedregoso sendero hasta que se perdieron totalmente entre los árboles y helechos. Anduvieron un par de horas y, por fin, junto a un pequeño lago, un gran tronco hueco con una puerta. Dairín llamó tres veces. A los pocos segundos un anciano de largas barbas y mirada risueña les abrió.

-¿Pero qué ven mis ojos?...pasad, pasad ¿cómo tu por aquí Dairín?-mostrando su desdentada sonrisa

Pasaron al interior del tronco y se sentaron junto a la leña. Samaí nunca había visto nada parecido. En los laterales había grandes estanterías con miles de libros de lomos viejos y ajados, frascos de cristal y una infinidad de objetos extraños, "seguramente relacionados con la astronomía" pensó. El anciano tomó asiento y alisó su túnica de paño gris. Dairín comenzó a relatar la historia seguido por Samaí. Una vez terminada, la estancia quedó en silencio. El anciano les miró con gesto sombrío.

-Bien-suspiró- todo lo que me habéis contado es muy triste...puedo ayudaros, pero teneis que estar realmente seguros de que vuestro amor es tan fuerte como decís.

Los dos jóvenes se miraron a los ojos, como intentando verse el uno al otro el corazón.

-Lo estamos- respondieron al unísono.

El anciano asintió. Les dió las órdenes necesárias para que todo saliera perfectamente y se colocó en mitad de la estancia. Los jóvenes junto al fuego, agarrados fuertemente de la mano. De pronto la luz de la sala se atenuó; el anciano alzó los brazos y comenzó a agitarlos, pronunciando palabras en una extraña lengua:

-¡Marein ferutie eyame! ¡Camnie eoccion volutllin! ¡Nestipir nuncie polimue!

Dairín y Samaí se abrazaron fuertemente. Comenzaron a difuminarse hasta desaparecer por completo no quedando rastro alguno de ellos. El anciano cayó de rodillas al suelo, exhausto por el gran esfuerzo que acababa de realizar. En la sala el único sonido del crepitar de la hoguera.

Cuenta la leyenda que el anciano mago convirtió a la princesa Samaí en el río más caudaloso que cruzaba el reino de Zayt haciendo de sus tierras baldías campos fecundos de cultivo. Dairín fué convertido en agua de lluvia y cada vez que llovía podían escucharse, cerca del río, melancólicos arpegios de guitarra. De ésta manera su amor quedó unido para siempre.

Pero ésto es sólo una leyenda que yo escogí creer...


Para Carlos_Mengod, por todo.

María Audije do Santo ®

Texto agregado el 02-01-2007, y leído por 329 visitantes. (25 votos)


Lectores Opinan
04-03-2007 como entrar aun cuento, casi un sueño fantástico! muy bueno! pasa a leer tengo cosas nuevas ;DD np1084
11-01-2007 Y a la vez: Ser él, la lluvia que alimenta los ríos, y ella el agua que se funde para moldear las nubes:: Uno mismo en dos entes de igual raíz. Buen Cuento! MeLihErAq
04-01-2007 Ayyyyyyyyy, pero el final es muy tristeeeeeeeee. Yo no quiero que se conviertan en cosas!!!! Por dios, que tristeza me ha dejado el cuento!!! Jops... yo que pensé que se casarían... El relato es precioso, niña. QUe bien narrado y una estructura genial. Galathea
04-01-2007 que bonito Maria, me hizo sumergir en otro mundo y tiempo, gracias por este bello relato***++pablo MELENAS
03-01-2007 Precioso mundo de sueños y fantasia.*****. Un saludo de una jaenera. currilla
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