Como una cortina caía el pelo sobre la frente de Arturo. Pelo fino, muy fino, como la piel, blanca y suave, muy suave, piel de niño de 9 años.
Nariz arrugada y labios apretados en una expresión de enfado. Moflete aplastado al presionarle la mano, utilizada de punto de apoyo por la cabeza. Pero les diré que lo más impresionante de toda la descripción eran sus ojos. ¡No existía aquel azul fuera de ellos!. Grandes con manchitas negras y les juro, como narrador omnisciente, que he visto en ellos 20 o 25 expresiones distintas.
En ese momento, mantenía la de enfado con impotencia, haciéndo más brillantes los ojos alguna lágrima que se asomaba.
Fuera de la habitación donde estaba Arturo y amortiguada por la puerta cerrada, se escuchaba una voz femenina con tono irritado.
- ¡Arturo ven de una vez y sigamos con los deberes!.
- ¡No quiero!. Me vas a volver a chillar.
- Como no salgas en 5 minutos te quedarás ahí toda la tarde.
Arturo buscó algo con que desahogar su ira. Se levantó cogió un trozo de plastilina, volviendo luego a sentarse en el suelo apoyado en las literas. Empezó a golpearse el pantalón de pana con la plastilina y así dejar pegada la forma de las rayas del pantalón. Las lágrimas también rayaron su cara y cuando empezó a ver borrosa la plastilina, acurrucó la cabeza sobre los brazos y se quedó un rato en aquella postura.
Una pequeña mano rasposa le acarició la nuca. Como un gato asustado, Arturo saltó hacia adelante y se giró. Sus ojos y su boca se abrieron al ver a su muñeco Epi con el bracito estirado.
-No te asustes, no grites, no hagas nada. Soy el muñeco con el que duermes todas las noches.
La voz le pareció a Arturo familiar y se tranquilizó un poco.
- ¡¿Cómo es que hablas y te mueves?!
- Te he visto llorar y no he podido aguantar más. Desde que se fue Txema te veo muy triste.
- No estoy triste y no quiero que hables.
Arturo se levantó, cogió al Epi y le apretó el estómago para accionar el mecanismo de la risa artificial con vibración que tiene el muñeco. Cuando la risa paraba, volvía a apretar.
Al rato, el muñeco empezó a moverse como un histérico, escapándose del agarre de Arturo. Cayó al suelo bocabajo, se puso en pie y corrió como una bala hacia la pared pegándose un golpe enorme.
Arturo volvió a coger el muñeco y apretó de nuevo su barriga. Pero la risa vibratoria la había roto el muñeco golpeándola contra la pared.
- Espera un momento Arturo. Sólo he hablado porque quería contarte una historia.
- ¿Qué historia?
- Desde que dejó de vivir con vosotros el novio de tu madre, estás triste. Y quería recordarte que Txema no se ha ido porque haya dejado de quererte. Aunque no sea tu padre, ha vivido con vosotros varios años y tiene contigo una relación muy especial. Te he hablado, porque soy el primer juguete que utilizasteis juntos. Un día no querías ir al cole y te enfadaste. Él me cogió y empezó a imitar la voz que escuchas ahora. Eso te hizo mucha gracia y todos terminamos acompañándote al cole. Aquel día vuestra relación empezó a ser distinta.
Tal vez no puedas llamarle con ningún nombre de familia, pero eso no es lo importante, lo importante es el cariño.
- No quiero hablar de eso.
- Esta bien. Te voy a contar la historia de la que te hablaba:
Entre los juguetes se cuenta una leyenda que ocurrió en tiempos de la Guerra Civil. Un jornalero tuvo que ir a trabajar a un pueblo distinto al que vivía, donde dejó a su mujer y dos niñas.
- ¿Qué es un jornalero y cuando fue esa guerra?
- Hola Epi.
- ¿Quién es?
- No. Estoooo.... soy el Narrador omnisciente. Solo quería decirte que voy a omitir todas las preguntas que te haga Arturo, para darle continuidad a la historia. Aunque tú se las tendrás que explicar.
- De acuerdo. Sigo contando la leyenda y tú vas poniendo lo que te parece que para eso eres omnipotente en este cuento.
Cuando el jornalero del que te hablaba, se marchó para trabajar en otro pueblo. Estalló la Guerra Civil. Con tan mala suerte, que uno de los frentes, quedo entre el pueblo donde iba a trabajar y donde vivía. Al cabo de 2 semanas, que todo parecía más estabilizado, intentó cruzar el frente, pero le detuvieron. Le metieron en una plaza de toros que utilizaban como cárcel, donde incluso encontró gente de su mismo pueblo entre las personas detenidas, que abarrotaban la arena de la plaza. Allí se perdió la pista de aquel hombre. Dicen , algunos de los que le vieron, que lo más seguro es que lo fusilasen. Al principio de la guerra mataron a muchos, casi sin razón. Otros dicen que se escapó. El caso es que aquel hombre nunca regresó a su casa, o eso piensan. Porque la versión que contaron los juguetes de la casa donde vivía es que; cuando el jornalero se enteró que le iban a fusilar, porque creían que era un espía. Lo que más pena le dio era pensar que no iba a volver a ver a sus hijas. Tanto cariño las tenía, tantas ganas de verlas, tantas ganas de acariciarlas, que se transformó en brisa.
Una noche de principios de agosto del 36, los juguetes notaron como entraba una suave brisa por la ventana donde dormían las hijas del jornalero. Recorría la estancia y suavemente acariciaba las niñas dormidas, revolvía su pelo y las protegía del calor asfixiante de aquella noche. Al día siguiente, el suelo de la habitación, estaba lleno de hojas secas y a las niñas les hizo gracia ver unas cuantas, que habían dibujado hoscamente la forma de un corazón.
- Esta historia me pone muy triste.
- ¡Espera!. Quiero que veas una cosa. Agárrame la mano y cierra los ojos.......¿Qué ves?
- ¡A Txema! ¿Está trabajando?
- No. Está escribiendo un cuento. Un cuento que quiere que sea como la brisa en que se convirtió el jornalero, para que te acaricie, te revuelva el pelo y te dibuje un hosco corazón con letras. Y de esta forma siempre pienses que se acuerda mucho de ti, aunque le veas menos.
Arturo abrió los ojos y vio al Epi sobre la cama. Salió de la habitación y se dirigió hacia su madre, que estaba sentada leyendo una revista. Ésta arqueo las cejas en señal de enfado. Con un poco de miedo, Arturo le dijo a su madre.
-Mami, te perdono. ¿Me puedes seguir ayudando con los deberes?
Su madre se levantó con una sonrisa y le besó en los labios apretando mucho. Cuando soltó a Arturo, este le dijo.
-¿Puedo abrir la ventana?
Mi cuento y mi brisa son para Diego Felices Sanchis. Él tal vez no se acuerde, porque entonces tenía 4 años recién cumplidos, pero la primera vez que jugamos juntos, yo hacía el payaso con un Epi que se reía cuando le apretabas la barriga. |