‘La moneda’
Fue al final de la villa, en época de frío, pero pudo haber sido en cualquier tiempo y lugar infortunados*. Me encontraba haciendo una indagación acerca de cuántos niños recibían educación escolar.
No eran distintos unos de otros: les chorreaban los gargajos, iban descalzos y sonreían a pesar que no había mucho qué comer.
Éste, caminaba con un aire diferente. Juntaba cartones, tenía que mantener a su familia y por eso no concurría a la escuela, tampoco veía televisión y ni asomaba por los videojuegos. Su mirada me capturó con insultante ternura. Vivía con sus hermanos en una casita de chapa y ladrillos a la vista. Era huerfanito.
De noche cuando todos dormían, se juntaba con sus amigos para ensayar en la banda de cumbias. Me contó que a los cuatro años ya cantaba tangos. Ahora más crecido había formado su conjunto de música e iban a las bailantas a tocar.
Cuando lo conocí, se acercó de un modo tan silencioso que le entregué una moneda. El peso donado me fue devuelto de inmediato:
-No señora, dijo. Yo no recibo limosnas, yo trabajo. Soy cartonero y cantor. La moneda que brillaba en su manita me fue devuelta de inmediato.
Me avergoncé de mi error y me disculpé. Él sonriente preguntó, ¿se siente bien? Sino, le regalo ahora mismo una melodía. Y sin mayores preámbulos comenzó a elevar su voz esplendente y limpia en una magistral interpretación de sones y rumba.
Enseguida estuve cercada por un coro de niños, a los cuales también les caían mocos, desarrapados y sucios. Hacían ronda y me miraban como diciéndome algo. Una especie de nido infinito con sus polluelos piando, piando muy alto me envolvió.
Terminada la improvisada función, aplaudí casi con rabia y le entregué a cada uno una moneda hasta que no me quedaron más centavos.
El niño cartonero, cantor de cumbias y tangos, con su habitual mueca, aclaró: yo por suerte tengo mi garganta y mis manos.
* En Bs. As., más de 10.000 personas sobreviven de los desechos de la ciudad; pero podrían ser millones en todas las latitudes.
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