Estoy cautiva entre tus brazos, prisionera a tu merced. Puedes hacer de mi lo que tu quieras, he perdido toda voluntad, mis deseos, mis sueños, mis alegrías y temores son también los tuyos.
Desde el momento en que tus brazos me rodearon, supe que había perdido la batalla, supe que no podía luchar contra mi corazón y me limité a dejar que la brisa de esta emoción me llevara.
¿cómo habría podido negarme?, si en mis manos ya no está el poder de manejar mi destino, lo perdí mucho tiempo atrás, junto con el juicio y la razón.
Esa fue mi perdición, al delegarlo todo caí en la desesperación, me inundó el temor a lo inevitable, el temor a perder el control y ofrecerlo a tus pies, de convertirme en tu esclava para siempre...
Así vivo desde entonces en la incertidumbre del porvenir, y me limito a contemplar su llegada cual pasiva espectadora.
Sólo un deseo propio me inunda el corazón.... que jamás deje de estrecharme aquel abrazo.