Entré a la cantina a tomar una copita de algo, me hacía falta, y me encontré al cabrón de Miguel. Chingaos, ese pendejo siempre anda en donde nadie lo busca. Me acerqué a él, obligado por las circunstancias: le debo dinero.
Miguelito me pasó el brazo por el hombro –odio que me toquen los cabrones- y me invitó un trago.
- Tómate una conmigo, pinche viejo, no seas apretado.
Bueno, ya estaba yo ahí, con ese idiota al lado y con sed. Pidió un tequila para ambos. Antes de tomarnos el trago, comenzó a contarme la historia obligada del que invita… ¿Sabes qué, cabrón?, te voy a contar una historia… “puta madre”, pensé… conozco un viejito bien gracioso –continuó- como de sesenta años. Un amigo suyo lo invitó a comer. Pasó a buscarlo en auto y el viejito subió entusiasmado, porque hacía tiempo nadie le daba esa atención. En el camino, el tipo se desvío para terminar en la mitad del monte. Detuvo el auto, observó al viejito de medio lado, y le dijo: compadre, te voy a invitar a comer y a beber, pero antes déjame que te chupe la verga, te va a gustar. El viejito puso ojos de ternura. Mira amiguito, le contestó nuestro anciano, ya estoy muy viejo para esos tropeles, de verdad. Si fueras una mulata sabrosa, con un culo enorme y dos tetas apetitosas, quizás me animaría y sería capaz de cualquier cosa, pero tú eres un macho, además feo, y no te voy a decir que no lo hubiera hecho, pero hace veinte años atrás, cuando el bigotón que tengo entre las piernas se paraba en cualquier situación. El amigo abrió la puerta del viejo. Pues te vas a chingar a tu puta madre, así que aquí te bajas. El viejito bajó y se echó el camino de regreso a pie.
Miguel acabó con la historia.
Nos tomamos el tequila, sin brindar.
Después me miró a los ojos, largo tiempo, sin decir nada.
- El amigo eras tú...
- Si, y ando caliente… te quiero chupar la verga a cambio del dinero que me debes.
Pedimos otro tequila.
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