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MALOS AMORES

ESTE ES CUENTO RELISADO POR LA MAESETRA SILVIA CASTILLEJOS PERAL, QUIEN INPARTE CLASESDE LITERATURA EN EL DEPARTAMENTO DE PREPARATORIA AGRICOLA DE LA LA UNIVERSIDA AUTONOMA CHAPINGO(TEXCOCO ESTADO DE MEXICO, MEXICO)



MALOS AMORES


- ¿ Marín ?.

- ¿Marta?

-¿Te acuerdas que nos conocimos en una reunión del Partido Comunista ? Yo no había cumplido los veinte, pero cuando te escuche leer las resoluciones, supe que quería casarme contigo.

- Y nos casamos, Marta, como si fuera una tarea política: cantamos La Inter- nacional y formamos una célula en la que en lugar de besos, intercambiábamos panfletos. Unimos nuestra vidas en una sola biblioteca marxista y el porvenir inmediato se finco en la agitación de las masas obreras, que eran ajenas a nuestro propósito de morir por ellas. Te recuerdo frágil, pero dedicada, subiéndote a los camiones a botear conmigo hasta quedar ronco de tanto gritar consignas. De ahí nos íbamos a hacer el periódico, a atender las células, a estudiar los contratos colectivos. Y en las noches, Marta, sólo en los sueños hacíamos el amor.

- No teníamos tiempo para eso; hubiera sido una falta muy grande quedarnos un día en la cama para conocer nuestros cuerpos en lugar de explorar los terrenos del proletariado. Éramos muy serios, Marín.

-Y leales a una causa que le daba sentido a nuestra vida. Pero, después, cuando pude reflexionar sobre ello, sentí cuanto me pesaban aquellos años que dejamos regados en la calle sin ningún provecho, y llegue a la conclusión de que solo fuimos ahí para conocernos tú y yo, y cumplir con un destino ineludible.

-Yo también pensé eso el día que te metieron ala cárcel. ¿Te acuerdas cuando te agarraron en unja operación clandestina y ya no llegaste a dormir conmigo? Esa vez lloré toda la noche pegada ala ventana. Lloré más que cuando te fuiste de verdad.

-Claro que me acuerdo porque en la celda, después de los golpes que me dieron, pensé en ti. Ahí, entre los presos comunes, el frió, el excusado derramándose, y el miedo de que los compañeros no vinieran a sacarme, supe lo que era extrañar a una mujer. Realmente fue una época difícil, Marta. Tú sólo querías que te abrazara, pero yo salía corriendo a las reuniones, a prepara los mítines, a escribir los manifiestos, a repartir los volantes; mientras tú te ibas a organizar a los colonos y a abrir la escuela de cuadros. Casi no estábamos el la casa. Me acuerdo que no sabías cocinar. Comíamos quesadillas en el mercado, y en la noche, leche y pan. Eras hermosa y juguetona, tierna y con imaginación. No lo expresamos ni con gestos, ni con palabras, Marta, pero nos amábamos tanto.

-Ese era el título de una película que nos hizo llorar porque Mastroniani se había vuelto burgués después de haber sido revolucionario. ¿no fue así? Pero luego nosotros nos salimos del partido porque empezamos a leer libros que nos abrieron las puertas hacia el desencanto. Entonces se nos extravió la vida porque no sabíamos vivir sin ideales, sin tareas que cumplir, desatados de la organización, como naves sin brujula y sin ancla.

-Fue como recuperar un gran capital sin saber para que servía el dinero.

-Estábamos muy confundidos, Marín, pero aun así nos resignamos a vivir en la indiferencia de una generación frustrada. Seguimos buscando. Y mientras encontrábamos acomodo en un mundo desconocido, nos dedicamos a ir al cine. Platicábamos durante horas acerca de la cinta que habíamos visto, y al otro día, la volvíamos a ver. Con el cine se nos fue ablandando el rostro duro de la milicia y comenzamos a reír. La vida se reflejaba en la pantalla, y nosotros nos poníamos al corriente de lo que eran los seres humanos, tan simples y contradictorios al mismo tiempo. Nadie era típico, como imaginamos al tratar de formar el partido de la gente buena.

-Si, Marta, nos costó mucho trabajo, pero fuimos dejando de ser estereotipos de una novela que necesitaba personajes rígidos, pero entregados; inexpertos, pero ortodoxos, para entretejer una trama mítica. El cine, la literatura, la vida sin poses y sin prisas nos fueron rehabilitando para intuir otra realidad, menos promisoria, quizá, pero inmensamente rica y difícil de descifrar.

-Lo malo fue que no supimos cómo vivir sin culpa los placeres cotidianos, y nuestros respectivos afanes por trascender, nos condujeron al divorcio.

- Así fue. Dueños recientes de nuestra juventud, qué íbamos a quedarnos en un sólo lugar y con la persona que habíamos conocido en un pasado erróneo y doloroso. Yo volví a la universidad y dejé de verte seis años, Marta, pero cada vez que iba al cine me acordaba de ti, y hasta me daban ganas de recomendarte las películas que iba viendo con otra mujeres, porque conocía tus gustos, tus obsesiones, tus fantasías. Con nadie platicaba como contigo. Hablabas con mi lenguaje y yo me reía con tu risa. Un gesto bastaba para saber lo que estábamos pensando. No sabes cuanto te extrañe en los estrenos de las películas de De Niro.

-Y quién iba a decir , Marín, que precisamente en la premier de Toro Salvaje nos encontraríamos en la cineteca, solos, y que empezaríamos a salir de nuevo, primero como amigos y luego como amantes.

-Hasta que nos casamos otra vez, Marta.

-Y estábamos tan contentos que te dio por publicar anuncios en el periódico en el que trabajas para que nuestros viejos amigos fueran ala boda. Cuántos regalos recibimos. A mi, ¿sabes qué fue lo que más me gustó? Las pinturas. Colgamos los cuadros en nuestro nuevo departamento como ventanas por las que nos asomábamos a otros lugares y a otros tiempos. Entonces ya teníamos trabajo los dos y no nos faltaba nada.

-Y tú ya habías aprendido a cocinar y a hacer el amor. Parecíamos unas personas desconocidas y, ala vez entrañables. Volvimos a querernos con un amor nuevoque era el mismo, pero diferente.

-Esa fue la mejor época porque nos sobraba tiempo para ir la cine y para hacer reuniones en la casa. ¿Te acuerdas de Elisa y de Verónica?

-Como no las mujeres más divertidas que yo conocí.

Aunque no las volví a ver, todavía siento el regocijo que me producen sus ingeniosas bromas. La casa se llenó de amistades interesantes, vitales y valiosas. Estábamos tan locos, que intentamos escribir un guión de cine imitando la ironía de Woody Allen, ¿Te acuerdas, Marín? Lastima que nuestro amigo Aníbal , el cineasta le pareció fatal.

-Qué pedantes debimos parecerles, Marta. Por fortuna, nada eso quedó escrito. Y ahora que me lo cuentas me da risa.

-A mí también, En ese revuelo vivimos como cuatro años, ¿verdad? Porque después ya no hubo fiestas.

-Es que tú te enamorabas de mis amigos.

-Eso sí.

-Además, por esos tiempos nació nuestro hijo. Recuerdo que apenas lo vi los primeros meses porque tuve que irme a Londres a hacer el doctorado. Y ahí conocí a Susan.

-Nos divorciamos por correo. Y dime, ¿cómo te fue con la irlandesa?

-Muy bien era una estupenda mujer.

-Con ella te hubieras quedado sino fuera porque se enfermó gravemente el niño, y temiendo que muriera, quisiste verlo de inmediato. Por suerte se alivió y te quedaste a vivir con nosotros. Nos volvimos a casar pero en secreto para que nadie se burlara. Y por primera vez nos fuimos de viaje. Hacer el amor en un hotel, no sé por qué, me hizo desearte como nunca antes.

-Y tu deseo alimento el mío.

-Sería que estábamos en plena madurez,¿no, Marín?

-Marta,¿por qué no me llamabas por mi nombre?

-Porque Marìn me sonaba a agua de mar, y al decirlo me sentía en una isla rodeada de ti.

-Nunca dijiste eso, nisiquiera cuando firmamos nuestro ultimo divorcio.

-Cuando conociste ala cantante, esa fue la única vez que me fuiste infiel, pero eras ten inocente que dejabas las cartas de amor en tu chamarra. Las leí todas. Me llamaba la atención que una artista famosa tuviera tan mala ortografía. ¿Te acuerdas que una vez que viniste a visitarnos platicamos de tus mujeres? Yo había cocinado mariscos y tomamos vino hasta el amanecer, muertos de la risa. Esa escapada conmigo casi te cuesta el matrimonio. Lo bueno fue que la cantante te perdono a condición de que no volvieras a verme. Y lo malo fue que perdimos por diez años el hilo de la conversación.


-¿Diez años?

-Sí, salvo la vez que nos vimos en San Francisco, en la boda de nuestro hijo.

-Pero ahí no platicamos.

-Tienes razón. Es como si no nos hubiéramos visto.

-Fue demasiado el tiempo que no supe nada de ti , Marta. Yo andaba solo otra vez concentrado en mis proyectos, y no fui consciente de cuánto extrañaba tu plática, hasta un día que, viendo una película de Buñuel, me dolió tanto tu ausencia que fui a buscarte al pueblo al que te habías ido.

-Yo pensé que ya no te acordabas de Marta, porque luego de tu separación con la artista no me llamaste. Por eso fue una tremenda sorpresa cuando te vi desde la ventana, esperando a que bajara a abrirte la puerta. Habías cambiado mucho. Creo que estabas enfermo. Me dieron ganas de cuidarte. Mientras iba bajando las escaleras de ni casa, me imaginé lo dichosa que podía ser estando contigo en tu convalecencia, leyéndote poemas y platicando de todo lo que nos faltaba saber de nuestras vidas. Pero eso era imposible.

-Sí, lo supe cando te vi. Estabas embarazada y le tenías miedo a tu esposo.

-Y no sólo miedo. Sentía algo más pesado en mi cuerpo. Era el aburrimiento. La vida con él era silenciosa. Nunca tuvimos de qué hablar, pero me casé porque quería tener otro hijo. Fue en ese tiempo que de tanto estar callada se me resecó el alma y le salieron arrugas a mi piel. Pero cuando nos abrazamos frente al zaguán, me dio tanta risa, por los nervios, por los nervios, por la alegría que mi cara se hizo lisita cuando te dije: espérate que me divorcie y nos casamos; yo te mando a avisar con alguien. Pero no me esperaste.

-Esa vez, Marta, me fui llorando en el autobús de regreso. Y fueron pasando los años. Un día me acuerdo como si fuera ayer, llegó tu recado y yo lo rompí porque en ese momento era un hombre feliz.

-Eso me dijeron. Entonces a mí me entró muy fuerte la nostalgia, tanto que me puse a oír todos los discos de Bob Dylan que me regalaste cuando éramos jóvenes. Mis hijos me veían llorar por cosas que no venían al caso. Fue por esa fechas cuando empezó a entrar el infortunio en mi vida como si se colara una corriente de aire helado. Me hicieron tres operaciones, perdí el trabajo, engordé sin comer y se me aparecían fantasmas en los cuartos.

-Lo supe. Mi hijo me contó que andabas en cosas de limpias y de amuletos. No lo podía creer de ti, que siempre fuiste tan escéptica. Te juro que me dieron ganas de irte a ver para que me platicaras todo lo que habías sufrido en los años perdidos; quería saber en que lecturas andabas y qué películas te habían volado la cordura. ¿Pero qué tal que mi visita te llenara de esperanzas? Y o no podía ofrecerte nada. Era un hombre feliz.

-Hasta que dejaste de serlo y nos encontramos diecisiete años después en el funeral de Aníbal. Recuerdo que nos fuimos a tomar un café, y que platicamos de música y de tu exitosa empresa. Yo te conté de mis nietos, del libro que estaba escribiendo y de la casita que quería construir; una casa ala medida de la soledad. Tu me dijiste que también vivías solo y que te abrumaban los achaques. De ahí pasamos a enumerar todas las enfermedades que recién íbamos padeciendo. Hablamos de síntomas, médicos y tratamientos, entre risas que delataban y el abanico de arrugas en la piel. Estabas muy delgado. Podía contar los huesitos de tus manos, esas manos de hombre distinguido que me gustaron siempre. Un círculo gris, opaco, le daba tus ojos una expresión triste que nunca antes te vi. La ausencia de tu cabello rizado contrastaba con una barba abundante que me pareció hermosa. No me resistí a pasar mi mano por tu cara, como si estuviera ciega y tratara de adivinar quien era ese hombre dulce y generoso que accedía a tomar un café con una anciana.

-No éramos tan viejos, Marta, sólo nos faltaban carnes y fuerzas. Tú caminabas algo encorvada, pero se te veía una luz muy bonita en el rostro. Me mirabas con una ternura inmerecida; tu sonrisa brotaba de una autentica alegría. No habías perdido el sentido del humor, hasta hiciste un chiste de dálmatas acerca de tus manos decoradas por el virtiligo. Te invite al cine y tuvimos el talante para viajar ala ciudad, y disfrutar lo último de Spilberg. Y todavía nos dio por irnos a meter aun café de chinos al que habíamos ido después de un congreso del Partido Comunista. Comimos bisquets mientras hacíamos el recuento de los compañeros que ya habían muerto y de los que ahora estaban en le poder. Así se nos fueron las horas y terminamos sentados en una banca del camellòn. En ese sitio fue donde te dije que volviéramos a vivir juntos, que apenas nos alcanzaría la vida para conocer la felicidad. Y me atreví a pedírtelo porque estaba seguro de que ibas a decirme que sí. Tenía la certeza de que aceptarías casarte una vez más conmigo porque ambos sabíamos que había llegado nuestro momento, después de tantas décadas de andarlo espiando sin poder atraparlo.

-Pero yo te dije que no. Que en realidad nunca hubo un momento para nosotros, que siempre nos encontramos a deshoras y en descampado. Que nuestra historia era la historia de los desencuentro, que el nuestro había sido un amor de película europea con final obtuso. Un amor maltratado por las prisas y por la ansiedad de buscar por otros rumbos lo que ya teníamos y nunca vimos; un amor en fin destinado a ser parte del libro de los malos amores.
-Y nos separamos para siempre, Marta, dispuestos a llorar sin medida la noticia de nuestras muertes. Por eso ahora que sentí tu llegada me despabilé, para recibirte y preguntarte por qué habías llegado a este lugar tan sombrío.

-Vine porque quise saber en dónde habían quedado tus huesos y tirar los míos a tu lado para seguir, todo lo que dure esta noche, platicando contigo.







Texto agregado el 04-03-2003, y leído por 956 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
20-02-2005 felicitaciones, buen relato. Saludos woody
14-03-2003 esta muy bueno helberius
 
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