Cuando a uno lo ataca la inspiración por la espalda no se puede hacer gran cosa. A uno lo sorprende y lo deja con ese deseo de más, sólo queda un ligero sentimiento de satisfacción y a veces uno de frustración por no haber plasmado eso que llegó tan repentinamente a la mente.
Cuando uno se enfrenta cara a cara con la inspiración, seguro sale algo, uno toma su lienzo y sus pinturas, o su barro y sus manos, o su instrumento musical, o su papel y su lápiz. Uno ataca, la prende de la yugular, la embarra en las notas, la mezcla con las letras, la une al lodo, la pasea con el pincel de un lado a otro.
A nosotros los poetas nos gusta llevarla entre líneas, disfrutamos verla saltando de una estrofa a otra. Nos apasiona el sentir como se queda siempre detrás de una nueva letra, de una nueva palabra, detrás de un punto o una coma. Nos extasía acorralarla entre la primera letra de un texto y el punto final del mismo, hasta ahí llega su límite territorial físico; aunque su espíritu trasciende después del punto.
A los pintores les agrada llenarla de color, la mimetizan entre sus auras pálidas, o la esconden en sus oscuros tonos, pero siempre está ahí, impregnada en el lienzo. Si es muy buena la obra, la inspiración se puede percibir con ligera facilidad. Pero si está muy bien cuidada de los impresionables se tiene que encontrar entre los difusos trazos y matices que la adornan.
A los músicos les gusta verla salir de sus cuerdas y teclas. Dicen que pueden verla emanar en cada acorde y tonalidad que logran crear después de inhalarla por la nariz. Los enloquece escucharla en los fragores de algún tambor o saxofón. Definitivamente los lleva al orgasmo cuando la escuchan unirse en el aire como una pareja apasionada de amantes en la cama, como arpa y piano excitados.
A los escultores les gusta moldearla con las manos, aplastarla, deformarla, mezclarla, inscribirla, acariciarla, apretujarla, despedazarla y pegarla, darle una cara y una dirección. Son fanáticos de la inspiración en forma de curva, de recta y de cuadros. Les gusta sentirla deslizarse entre las yemas de los dedos, aman verla detenida en el lugar preciso, en el momento preciso. Esperan pacientes a que se seque y quede inmutable, detenida como un segundo en una foto. Saben que estará ahí presumiendo su perfecto cuerpo a muchos ojos inquisitorios.
Pero a veces, esa sabrosa esencia llamada inspiración, no está, se va, se ahoga en las lagunas mentales de cada artista, se esconde entre las telarañas olvidadas de los recovecos de la mente. No sale, le da pavor mostrarse ante las ideas y ser cogida para hacer algo que no está a su altura; una pintura mal hecha, una escultura sin vida, una melodía sin actitud, o el texto sin sentido de algún poeta mediocre… Por eso, vieja compaña de amigos, cómplices de las letras, levantémosle un altar a esa natura que es como nuestro oxígeno y no nos detengamos hasta recibirla todos, consagrándonos o perdiéndonos en el fugaz universo de los versos. |