“La gran diferencia que hay entre nosotros, Angelos, es ésta: tú crees haber encontrado la liberación y por eso mismo estás liberado; yo creo que no hay liberación, y, al creerlo, estoy liberado”. (Carta al Greco, N. Kazantzaki)


La música que acompaña desde la cocina con suaves notas, un rumor creciente del tren que pasa, automóviles también intermitentes y fugaces, la tenue luz de la lámpara, y un vacío difícil de sobrellevar, difícil tal vez por algún mandato absurdo de llenarlo. Ideas confusas que revolotean como pájaros asustados por la tormenta que se avecina, o que intuyen no lejana. La carne que demanda por sus urgencias ha mermado éstas, y lo otro, que no me atrevo a denominar alma, espíritu o cosa insustancial, aparece con sus reclamos sutiles, pequeños en un principio para luego avanzar con gritos rugientes, y en otros momentos, el vacío silencioso de lo perdido, de lo inhallado, de lo que nunca existió pero que se intuye podría existir. El encuentro con la belleza, con el mundo en armonía, con el mundo de las ideas, con el otro que replica la frase que esperamos, no por conocida sino porque llena ese vacío que es, en definitiva, el fondo real de uno. Y las preguntas: ¿Y yo que juego en todo esto? ¿Qué he hecho yo para que el mundo sea un poquito más armonioso, humanamente bello, qué he construido para aportar, como mi grano de arena, para sumar ese mínimo a la belleza del mundo? Liberación, un medio o un fin, para comenzar algo. Hay un punto en que la lucha se convierte en todo o nada, en que lo que fue dejó lo que dejó, y con eso hay que seguir remontando la cuesta, o abandonar la partida. Se comprende, entonces, que es lo mismo estar allí o aquí, haber caminado en línea recta o en círculos, haber pretendido ascender o descender. Las campanas tañen su dulce sonido que parece siempre lejano, y el eco de risas infantiles les responden desde algún sitio siempre cercano. En el centro la luz se concentra y el mundo renace, renovado una vez más.

Todo es fugaz y efímero. La liberación no es una meta de por sí, ni tampoco un imposible. Tan pronto como llega, desaparece, se esfuma, se pierde. Pero peca tanto el que se cree liberado, como el que no cree en ella y le impide hacerse presente en su momento de éxtasis.

Escondida del mundo, el común de la gente prescinde de ella, algunos confunden su significado, como que en la consulta al diccionario, buscan y encuentran lo que más se ajusta a sus circunstancias o intereses, y otros buscan, como Angelos, la iluminación única, el yo que se convierte en universal. Y otros, como N.K. que piensan que se le corona cuando los otros triunfan, que el espíritu no se llama Yo; que se llama: Todos nosotros.

¿Quienes todos nosotros? Difícil el plural. Todos los intentos de elevarlo han fracasado.

Fugaz, engañosa, esquiva, es como una mera sensación de que cada cosa está en su justo sitio, como si la justicia divina se hubiera hecho presente entre los hombres. Entonces se puede hablar, se puede escribir, se puede pintar, se puede hacer música, se puede amar, se puede procrear, se puede pensar en el futuro, se puede programar, se pueden hacer leyes y ordenar el caos del mundo. La armonía, generosa, se desparrama sobre la creación y sus habitantes. Y algunos iluminados tratan de monopolizar su luz, otros iluminados tratan de compartir su luz. Algunos pocos simplemente aceptan como vino, y aceptan su original destino, aceptando quedar vacíos y sin ojos cuando desaparece.